‘Tocadiscos’, sorprendentemente «normal»

Decía hace pocos días aquella chorrada acerca de la sección exclusiva de Zidrou en Fancueva. Y hoy vuelve a visitarnos el autor de mano de la segunda entrega de una planeada trilogía que, con el continente africano como hilo conductor, arrancaba hace casi tres años y con la compañía a los lápices del mismo autor, con la maravillosa ‘El cuentacuentos’, un relato al mismo tiempo enternecedor y duro que servía como temprano escaparate —era la quinta obra que Norma le publicaba al escritor— del talento del francés y de las señas de identidad que pueden rastrearse en (casi) todos los títulos que hasta ahora le hemos podido leer. Y si digo «(casi)» es porque precisamente en el volumen que hoy nos ocupa, Zidrou invisibiliza tanto su presencia que, de nuevo casi, podríamos llegar a afirmar que es su obra de menor calado.

Y si lo es, es debido a que ni los personajes ni la historia a la que sirven saben captar de forma inmediata el interés del lector como lo han hecho de forma inequívoca las numerosas cabeceras que hemos ido trayendo por estas líneas precisamente desde la citada ‘El cuentacuentos’ —si bien cabría precisar que las anteriores, que incluyen sendas maravillas llamadas ‘Lydie’ y ‘La anciana que nunca jugó al tenis’, ya se observaban dichas cualidades—. Así las cosas, lo que encontramos aquí es un Zidrou algo descafeinado que, no obstante, no pierde esa capacidad innata que ha demostrado tener para tejer fábulas en las que siempre hay dobles sentidos, lecciones ocultas y enseñanzas acerca de la vida que, poco a poco, han ido conformando un ideario de una solidez y elocuencias incuestionables.

Junto al trabajo de Beuchot, irreprochable y de singular y puntual belleza en alguna de las planchas dobles que jalonan la lectura —me quedaría con la del avión y el león, bellísima— el Zidrou de ‘Tocadiscos’ será menos Zidrou del que estamos acostumbrados, de acuerdo, pero aún así, estamos hablando de un autor que ha descendido momentáneamente del sobresaliente para sentarse a contemplar el paisaje desde el escalón de los notables. Su regreso al lugar que ha detentado hasta ahora es algo más que seguro. Y si no, al tiempo.