Apabullante. Apabullante y sobrecogedora. Apabullante, sobrecogedora y asombrosa. Apabullante, sobrecogedora, asombrosa y espectacular. Apabullante, sobrecogedora, asombrosa, espectacular y magistral. Podría seguir concatenando epítetos, pero creo que con esos os hacéis una idea de que, cuando hay que hablar de la imaginación que Fred ponía en jaque a la hora de plantear una página, cualquier página de ‘Philemon’, nuestros sentidos se ven golpeados con una intensidad y desmesura que, cuando comienzan a atenuarse, dan paso a una potente sensación de alucinación y, finalmente, a la clara impresión de estar ante una maravilla del noveno arte como pocas se han visto en este nuestro amado medio.
Tan desaforada declaración de amor hacia un título por parte de este redactor debería ser prueba más que suficiente para aquellos que nos seguís todos los días de que es ‘Philemon’ uno de esos títulos que no admite excusas del estilo «no me gustan los cómics europeos», «soy más de superhéroes dándose ostias como panes» o «el dibujo de Fred no termina de convencerme». De hecho, me atrevería a afirmar de manera categórica una máxima que pocas veces me habréis leído en estas líneas: «Si te gusta leer tebeos, tienes que leer ‘Philemon’. PUNTO». Es más, ahora que la he escrito, creo que dicha sentencia carece de la vehemencia que podría llegar a darle si la escucharais de viva voz de quien firma esta entrada. De ser así, de tenerme delante vuestra y poder hablaros de tú a tú, y no a través de la fría presencia de una pantalla, no me cabe duda de que os terminaría convenciendo, importando muy poco vuestras filias aviñetadas, de hasta qué punto es esta obra un cimiento capital en la historia del arte secuencial.
Muchas y muy variadas fueron las razones que tanto mi compañero Jaime como vuestro humilde servidor dimos en su momento, hace cosa de ocho o nueve meses, cuando tuvimos ocasión de repasar las páginas correspondientes al primero de los tres integrales en los que una ECC más atinada que nunca —y mira que la editorial atina, y atina muy bien, mes a mes—, acerca de los incontables por qués de la grandeza que envuelve a ‘Philemon’. Aún así, aún a riesgo de repetirme, hay una de esas infinitas razones que a tantos rincones de nuestra filia atañen que no puedo evitar volver a traer a colación de este tercer tomo: el locuaz y singular uso del mentaligüismo al que Fred era capaz de acceder.
Hay páginas en las diferentes aventuras que vive Philemon en este integral que deberían estar expuestas en un espacio museístico junto a las más reconocidas obras de arte de la historia de la humanidad. ¿Exageración? De ninguna manera. La ruptura con los convencionalismos narrativos del medio a la que Fred sometía a sus planchas, investigando y rompiendo barreras sin miedo a nada, es un arma de una fuerza tal que no cabe más que agachar la cabeza en un doble gesto de humildad y tristeza. Humildad para reconocerle al artista que pocos nombres ha habido como él capaces de pasar de una página «normal» —todo lo normal que podía ser una página de suya— a otra que nos sacuda, nos deje perplejos, boquiabiertos y anonadados hasta decir basta. Tristeza al pensar que con su fallecimiento hace cuatro años se fue una figura inimitable que, en el mismo escalón que Winsor McCay, Will Eisner o George Herrimann sabía que la página en blanco, esa a la que tantos artistas temen, no era más que un medio para un fin.
Y ese fin, el contar historias, ha tenido contados valedores de la talla de Fred en un arte que, en sus manos, trascendía la fealdad de lo industrial, de la maquinaria para hacer dinero que rodea a un enorme sesgo del mismo. Sin haber tenido la fortuna de conocerlo, no creo muy osado pensar que, al sentarse delante del lienzo en su tablero de dibujo, el padre de Philemon —y no me refiero a esa voz escéptica e insufrible que es el Héctor de las viñetas— pensara en dar lo mejor de sí mismo, no importándole el vil metal, sino el hacer volar la imaginación de todos aquellos, presentes y futuros, que se acercaran a sus páginas, que se zambulleran en sus viñetas y que asistieran al inimaginable despliegue de febril creatividad y sorprendente surrealismo que siempre esperará a aquellos afortunados que quieran creer que las letras «Océano Atlántico» del más común de los mapas son en realidad islas en las que TODO ES POSIBLE. Viajar a ellas es una experiencia sin par. Haceros un favor, no os la perdáis por nada del mundo.
Philemon vol.3
- Autores: Fred
- Editorial: ECC
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 336 páginas
- Precio: 33,25 euros en