Quizás lo haya afirmado en alguna ocasión, pero como no me apetece hacer una búsqueda entre todas mis entradas, ahí va de nuevo el comentario: siento auténtica devoción por el cómic bélico en general y por la Segunda Guerra Mundial en particular (por el cómic, el cine y, en general, por todo aquello relacionado con tan fascinante periodo), y cualquier ocasión es poca para poder acercarse a los contados títulos que, relacionados con aquellos años que casi llegaron a cambiar el curso de la historia, son publicados al cabo del año. Y es por ello que fue motivo personal de regocijo el encontrarme hace unas semanas con la doble propuesta que en este sentido nos traía Norma de la mano del primer volumen de la nueva obra de Jacques Tardi y de una nueva muestra del incuestionable buen hacer a los guiones del genial Zidrou.
De Tardi, sus muchas (y casi ilimitadas) cualidades narrativas y de la naturalidad con la que el artista francés pasa del cómic noir al bélico o de cualquiera de estos dos al historicista, poco más se puede afirmar que plumas más elocuentes que la de un servidor no hayan dicho ya de un modo u otro. Decántandome, no podía ser de otra manera a la luz de lo comentado en el primer párrafo, por su ‘¡Puta guerra!’ (una mirada inmisericorde a las miserias más míseras de la guerra), lo que podemos encontrar en esta primera entrega de ‘Yo, René Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB’ no es más que la natural «conitnuación» de los postulados que el dibujante exponía en su aproximación a la Primera Guerra Mundial.
Pero si en aquella el relato se ponía en boca de un anónimo narrador que nos llevaba de la mano en primera persona por los fragores de la contienda, el barro de los campos de batalla y la podredumbre de las trincheras, en esta ocasión Tardi juega con una aproximación mucho más cercana, plasmando sobre el papel la historia de su padre tal y cómo éste la recogió en su momento en diversos cuadernillos.
Con la mayor implicación emocional que este hecho comporta, manteniendo constantes en todo momento las pautas narrativas de ‘¡Puta guerra!’ (esto es, tres inamovibles viñetas en «formato panorámico» por página) y sumando a las mismas una casi completa ausencia del color, Tardi consigue preparar el terreno para un relato descarnado en el que, mediante la inclusión de un recurso genial que no desvelaré, se hace partícipe directo a los que estamos al otro lado de la página de las penurias que el progenitor del autor tuvo que pasar durante cuatro largos años de encierro bajo el auspicio teutón.
Y de las alambradas de los campos de trabajo para prisioneros de guerra durante la Segunda Guerra Mundial nos trasladamos, de mano de Zidrou y nuestro Francis Porcel a las trincheras y lodazales de «La Grande». El guionista, que ya ha demostrado de sobradas maneras ser poseedor de una voz única y maravillosa gracias a títulos como ‘Lidye’, ‘La anciana que nunca jugó al tenis’, ‘El cuentacuentos’ o la todavía por reseñar ‘¿Quién le zurcía los calcetines al Rey de Prusia…?’, teje aquí un relato en el que lo sobrenatural y lo terreno levantan un sólido muro cuya argamasa son la sangre y las vísceras de las muchas víctimas que se cobró tan cruenta contienda bélica.
Inmejorable muestra de lo que escritor y Porcel consiguen con una obra que te arranca de cuajo el corazón para mantenerlo en vilo durante sus 92 páginas, son las planchas iniciales que, carentes por completo de diálogo, se dedican a plasmar de despiadada y magistral manera unos horrores de la guerra que pocas veces han lucido tan bien en viñetas. Preñada de una singular poética en la que muerte y vida se dan la mano, la historia imaginada por Zidrou se deja adornar por un trabajo que plasma tamaño maridaje con unas formas que sólo pueden calificarse de soberbias y que, como suele pasar en estos casos, nos deja con ganas de verle en la nueva empresa para la que su talento sea requerido.