‘María cumple 20 años’, desangelada continuación

Casualmente publicadas por Astiberri el mismo mes de noviembre de 2007, ‘Arrugas’ y ‘María y yo’ se convirtieron de forma inesperada en los principales protagonistas del radical cambio de atención que hasta entonces se vertía de forma generalizada hacia el mundo del cómic: centrados ambos en historias de corte realista y enfocados a acercarnos las mil caras de síndromes como el Alzheimer o el autismo, Paco Roca y Miguel Gallardo pasaban de la noche a la mañana a ser el epicentro del mundillo, un hecho que les hacía acreedores de una atención desmesurada a la que no estaban acostumbrados, que se traducía en premios y más premios por doquier y que, con mucho humor y desparpajo ambos plasmaban en papel y viñetas en el ‘Emotional World Tour’, un muy recomendable libro también publicado por Astiberri.

Hechos únicos y, en mi opinión, irrepetibles, tanto uno como otro título se tornaron rápidamente en parte imprescindible del acervo comiquero de todo aquél que quisiera preciarse de estar al día en este vasto universo de las viñetas, un universalización ésta que, de forma muy elocuente, habla ahora de la suma relevancia que los dos tebeos adquirieron entonces, retienen ahora y a la que podría parecer que Gallardo vuelve a tratar de incorporarse con ‘María cumple 20 años’, continuación de ‘María y yo’ que el artista ha puesto en pie para, de alguna manera, ofrecernos a sus lectores una suerte de actualización de lo que nos acercara hace siete años.

Un período de tiempo en el que María ha pasado a ser veinteañera y en el que las geniales idiosincrasias de esta mujer convertida en personaje de cómic por la voluntad de su padre siguen manteniéndose incólumes tanto o más que la elocuencia con la que su progenitor las plasma en papel. Y esa es, sin duda alguna, la mayor cualidad y el peor defecto que caracteriza a ‘María cumple 20 años’: el no ofrecer (casi) nada nuevo a los que ya dierámos cuenta de ‘María y yo’ en su momento. De hecho, si no fuera por el considerable lapso de tiempo que ha pasado entre una y otra, uno podría llegar a pensar que ambas fueron redactadas sin separación alguna, caracterizadas como quedan las dos por similares estructuras y la misma brillante naturalidad con la que Gallardo nos traslada su día a día durante el mes y medio que comparte con su hija.

Pero, de nuevo, lo que hace siete años era constante fuente de sorpresas y admiración, hoy no es más que un compendio de páginas brillantemente ilustradas con la gran personalidad que caracteriza al autor a las que ninguna pega se les podría poner si de un acercamiento desde cero estuviéramos hablando. Desafortunadamente ese no es el caso y, en última instancia, si alguna reflexión positiva tuviera que sacar de tan continuista lectura es que, ante el despliegue de talento que hace Gallardo, lo que servidor espera es que el artista encuentre (y pronto) un vehículo diferente con el que dar rienda suelta a sus muchas capacidades como narrador secuencial.