Es algo que, cuando no era padre, no podía comprender. Y, ahora que lo soy, es aún más complicado aceptar que un progenitor que realmente quiera a su hijo o hija, que lo único que desee para ellos sea la felicidad, venga de dónde venga —y no me argumentéis que si es feliz en una secta pues allá él o ella…no me seáis sofistas— no acepte según que cosas porque, sencillamente, choquen contra su rígido esquema mental o, como es el caso que plantea ‘Llamadme Nathan’, porque sea incapaz de comprender que género y orientación sexual no son conceptos que vayan cogidos de la mano. Pero, claro, vivimos en una sociedad en la que todavía se observa a los transgéneros como simples viciosos y/o pervertidos —aún recuerdo el revuelo que se montó alrededor de Bibiana Fernández allá por principios de los ochenta— y que no puede, no quiere o no sabe distinguir entre un homosexual, una lesbiana o aquél individuo que habiendo nacido hombre se siente mujer, o viceversa, o ambos…o incluso ninguno.
Nathan, Lucas en la vida real —Catherine Castro, la guionista, basa el relato en las vivencias de un amigo—, no nació con genitales masculinos. Y eso condicionó su vida y la de su entorno, que lo llamaba Lila cuando ella no se sentía ella, sino él. Y como vivir una mentira era algo que su yo adolescente no podía seguir soportando, decidió que ya era hora de ponerle fin y comenzó a buscar su identidad ante el estupor, la incomprensión e incluso la ira de su entorno. Eso, en líneas generales, es lo que tratan Castro y Quentin Zutton en ‘Llamadme Nathan’, y lo hacen de tal manera que al lector le sea imposible no implicarse en el torbellino emocional al que se somete el protagonista para encontrar su auténtica identidad; un torbellino que pondrá patas arriba el mundo de todos cuántos lo rodean y no son capaces de aceptar esa nueva realidad y que derribará muros a su paso, estén o no preparados para ser demolidos.
La naturalidad con la que los artistas exponen el proceso se mezcla con lo orgánico del arte de Zuttion y la manera en la que éste afronta la composición de la página, diluyendo los márgenes de las viñetas clásicas en aras de liberar la lectura, casi como si el pasear de nuestra mirada por cada plancha —o grupo de planchas— sirviera de émulo de ruptura con los cánones establecidos que el protagonista sufre. Cierto es que no es que Zuttion reinvente la rueda, y mucho se deja notar en sus páginas la influencia, por ejemplo, de Bastien Vivès, sin que, en ningún momento, podamos tachar lo que estamos viendo de una burda búsqueda de lo que hace grande al autor de ‘En mis ojos’ o ‘El gusto del cloro’. Antes bien, el dibujante de ‘Llamadme Nathan’ consigue hallar su propia voz y las sensaciones que terminan transmitiendo la lectura nada tienen que ver con este o aquel referente y sí con lo notable del esfuerzo de dos autores por acercar al curioso una realidad que podrá incomodar a más de uno, pero no por ello merece ser relegada al ostracismo en el que habitaba… hasta hace «dos días».
Llamadme Nathan
- Autores: Catherine Castro & Quentin Zuttion
- Editorial: Astiberri
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 144 páginas
- Precio: 17,10 euros en