‘Lincoln 3’, el mejor humor a este lado del Pecos

Una de las sorpresas más gratas en cuanto a tebeo europeo se refiere del tramo final del pasado 2011 fue, sin duda alguna, el primer volumen de ‘Lincoln’. Con una premisa de partida desopilante (un vaquero con muy malas pulgas que lleva una amarga existencia desde el día en que nació se cruza un buen día con un vejete muy dicharachero y bonachón que resulta ser Dios, quien terminará por concederle la inmortalidad) lo que nos podíamos encontrar en aquella primera entrega eran risas, cinismo y humor negro en un tebeo cuya lectura se pasaba en un suspiro, ya por lo ágil de los diálogos y una historia hecha para entretener de principio a fin, ya por la fluidez de su dibujo y narrativa claramente influenciados por nombres como los de Berberian o Blain.

Pasando por poco del año exacto de diferencia en lo que a su publicación se refiere, los dos álbumes que recogía el segundo volumen volvían a hacer hincapié en las mismas virtudes de su predecesor, encontrando de nuevo ese humor descacharrante y desenfadado (las intervenciones divinas o del diablo, también un personaje recurrente, son hilarantes), la misma narrativa dinámica y similar ritmo «non-stop» sin que, afortunadamente, hubiera muestra alguna del menor cansancio. Para ello, y evitando repetir esquemas, los tres hermanos creadores del tebeo, trasladaban la acción del far west a Nueva York y de ahí a un nada velado homenaje al ‘O Brother!’ de los hermanos Coen para acabar satirizando contra la religión.

Todo un viaje digno de ser recorrido que ahora encuentra una nueva parada en esta tercera parte de una saga que, visto lo visto, no sólo no da muestras de cansancio, sino que sirve a los hermanos Jouvray para volver a reinventarse todo el ambiente que rodea a su insigne creación, llevándoselo en esta ocasión al otro lado de la frontera y situándolo en en el epicentro de los movimientos revolucionarios que siguieron a Emiliano Zapata en México. Con interés amoroso incluido, esta tercera parte de ‘Lincoln’ demuestra que, con la suficiente imaginación y sentido del humor, hasta un género como el western, acerca del que cabría pensar que todo está dicho, puede guardar sorpresas del calibre de un Colt 45.