‘ICH. Naturaleza salvaje’, los rostros de la bestia

Pendiente como estoy semana tras semana a las novedades en comic-book que aparecen todos los miércoles en el mercado estadounidense, me sorprendió encontrarme hace cuatro meses con el primer número de una serie titulada ‘Brutal Nature’ que, publicada por IDW —una de las independientes con más potencia en el panorama yanqui por detrás de Image— venía firmada por Ariel Olivetti. De acuerdo, que el artista argentino forme parte de alguna serie estadounidense no es novedad por cuanto su espectacular talento gráfico ha figurado en las páginas de numerosos títulos tanto de DC como de Marvel. La sorpresa no venía pues por su presencia en una «grapa» yanqui sino por el hecho de que la temática de ésta entroncaba de lleno con lo que asociaríamos a un tebeo del viejo mundo.

Tanto es así, que ver ahora publicados por Yermo en formato álbum los cuatro números que conforman el primer ciclo de esta historia fantástica sólo confirma que el reducido tamaño de las páginas de un cómic no era el adecuado para apreciar en toda su amplitud la solidez del arte que Olivetti despliega en algunas de las mejores planchas que le hemos podido ver: viajando al pasado del sur del continente americano, a la época en la que España se dedicó a «conquistar» mediante la fuerza a todos los pueblos indígenas que encontró en su camino, ‘ICH. Naturaleza salvaje’ permite a Olivetti disparar con tino hacia dos vertientes muy bien diferenciadas, de una parte, el ámbito histórico en el que se mueve la acción, documentado con solidez y puesto en valor por el espectacular coloreado infográfico de que hacen gala todas las viñetas; de la otra, la vertiente fantástica de la narración, plagada de criaturas imposibles en las que el argentino deja volar la imaginación.

Alzándose la fusión entre ambos mundos con la precisión que cabe esperar de Olivetti, es no obstante en el guión —atribuible a su compatriota Luciano Saracino— donde ‘ICH. Naturaleza salvaje’ cumple con menos rigor, funcionando a intervalos intermitentes debido a lo puntualmente fragmentado del discurso de la historia. Lejos de llegar a convertirse en una molestia insalvable, la fascinación que despierta cada nueva página en lo que a lo visual de forma estricta se refiere es suficiente para pasar por alto algunos de los términos más endebles de una historia que, aún quedando sujeta a una más que probable continuación, se cierra lo suficiente como para poder ser disfrutada aislada y dejar un espléndido regusto en el lector que quiera acercarse a ella.