Hubo un tiempo, afortunadamente ya muy lejano, en que servidor, haciendo oídos sordos acerca de según que recomendaciones —oídos sordos de mi viejo amigo y compañero Mario, para más señas—, discretizaba sus adquisiciones y lecturas en este mundillo basándose única y exclusivamente en si el dibujo del tebeo en cuestión era uno que «le entraba por los ojos» o si, por el contrario, lo consideraba «feo». Tan burda aproximación al noveno arte, sustentada por la muy equivocada idea de que el cómic era un medio visual de manera exclusiva y, por lo tanto, si no me parecía atractivo en esos términos, no valía la pena, me alejó de la posibilidad de disfrutar de ciertas lecturas que, con el tiempo, y un más que necesario cambio de paradigma, pude recuperar y apreciar en toda su dimensión.
Si introduzco así ‘Esos días que desaparecen’ es porque, obvio, este volumen publicado por Dibbuks hubiera pertenecido a ese grupo de lecturas que este redactor hubiera pasado por alto antaño, no porque su dibujo sea «feo», ni mucho menos, sino porque el trazo afable, muy sencillo y poco dado ni al detalle ni a los gestos grandilocuentes con el que Timothe Le Boucher caracteriza su impronta, habría caído en la enorme tierra de nadie que se abría entre lo que me atraía y lo que me repelía.
Pero, los años han pasado, mis gustos han evolucionado sobremanera hasta situarse en el extremo opuesto del espectro y lo que antes no era santo de mi devoción y, por lo tanto, rechazado de pleno, hoy es vehículo potencial para el goce y la maravilla, dos sensaciones que acompañan de la mano a la lectura de ‘Esos días que desaparecen’ hasta tal punto que la sitúan, por sobrados méritos, como una de las mayores sorpresas que me he llevado en lo que llevamos de 2019 merced a un guión que nunca da nada por sentado, que siempre trata, no ya de sorprender —que también— sino de buscar confundir al lector y que éste lo tenga muy difícil, cuando no imposible, si pretende anticiparse a los vericuetos por los que va a avanzar una historia que aúna ciencia-ficción con disquisiciones metafísicas en un conjunto en el que el misterio alrededor del protagonista es el cimiento sobre el que se sustenta todo.
La historia que enhebra Boucher gira en torno a un joven que comienza a detectar ciertas ausencias que van en aumento conforme pasa el tiempo. No pasará mucho antes de que el protagonista descubra que está compartiendo su cuerpo con otra personalidad que cada vez requiere más presencia y que lleva una vida completamente opuesta a la de él, y será la pugna por la supervivencia de ambos, vista siempre a través de los ojos de Lubin, el personaje «original», la que sirva de hilo conductor a un relato en el que se detectan —o al menos yo detecto— ciertas reminiscencias provenientes del ‘Abre los ojos’ de Alejandro Amenábar que a su vez cabría encontrar en el ‘Desafío total’ de Paul Verhoeven. De hecho, es el recordar a ambas cintas lo que provoca que esa incapacidad de poder anticiparse al devenir de los acontecimientos desparezca de un plumazo en las últimas cinco páginas. ¿Sirve esto para echar por tierra los esfuerzos de Boucher? Ni muchísimo menos. Es más, el tono agridulce de la conclusión, que nos golpea con fuerza por la intensa implicación que se genera entre personaje(s) y lector, es una de las mayores virtudes de un volumen fantástico, intrigante y tremendamente original que no me extrañaría ver llevado a la gran pantalla por su fuerte talante cinematográfico.
Lectura obligada, oigan.
Esos días que desaparecen
- Autores: Timothe Le Boucher
- Editorial: Dibbuks
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 196 páginas
- Precio: 26.60 euros en