Decía el pasado miércoles, y lo decía con todas «las de la ley» que, sometida a las políticas de Disney, Marvel está tirando por la borda de forma inexorable un 90% de las colecciones que publica cada mes. Considerando la asombrosa y desmedida cantidad de títulos que la editorial airea todos los miércoles, el reducto de series que hoy por hoy vale la pena leer nada tiene que ver con el volumen de cabeceras que podían agruparse bajo tal categoría en el pasado; y a la desidia que casi todas las nuevas colecciones provocan en los lectores veteranos, se une el maltrato por parte de una compañía que, con tal de vender, ha ido reduciendo el tiempo de aparición en un puñado considerable de sus propuestas provocando exasperantes movimientos en sus dibujantes e impidiendo que un mismo título pueda atesorar una faceta gráfica unificada atribuida a un único artista.
Afortunadamente, aún quedan islas en las que los aficionados de siempre podemos refugiarnos y seguir disfrutando de lecturas que se mantienen más o menos al margen de los grandes e inevitables eventos anuales con los que Marvel remueve su panorama cada X meses. Y durante cinco maravillosos años, una de esas islas fue el ‘Daredevil’ escrito por Mark Waid y que, con los lápices iniciales alternos de Paolo Rivera y nuestro Marcos Martín, pasó a partir del fin de su primer año a ser responsabilidad casi exclusiva en el apartado gráfico del enorme Chris Samnee, un artista que en el transcurso de su estancia en la vida de Matt Murdock y su alter ego ha pasado a convertirse en uno de los nombres más imprescindibles de la Marvel actual. Y razones no faltan para que así haya sido.
Con su estilo de marcado tono cartoon, una narrativa grácil y nítida y la precisa capacidad de interpretar los guiones de Waid de maneras que otros no pueden —y sólo hay que atender a algunos de los artistas de «relleno» que han suplido a Samnee en momentos puntuales para apercibirse de ésto— las planchasde Samnee para ‘Daredevil’ se cuentan, sin lugar a dudas, entre las mejores que hemos visto a lo largo de los años en las muy diferentes encarnaciones que ha conocido la cabecera del «cuernecitos». Una sentencia que alguno podría considerar algo exagerada dados los nombres que han pasado por las páginas de la serie más allá de Frank Miller pero que, a la vista de lo que, por ejemplo, podemos contemplar en el último volumen que hoy nos ocupa, queda perfectamente justificada.
Un volumen éste con el que Waid cierra la etapa más «luminosa» de cuantas ha conocido el héroe ciego con un ligero viraje hacia su lado más oscuro cuando Matt se ve obligado a lidiar con un personaje con similares habilidades a las suyas que se encuentra bajo el control de Kingpin. Porque estaba claro que la incursión del guionista en una de las más logradas etapas que ha conocido el defensor de Hell’s Kitchen tenía que terminar, después de haber incluido a lo más granado de su galería de villanos —increíble, por ejemplo, el arco argumental en el que apareció el Hombre Púrpura— con la némesis por antonomasia de Daredevil, un Wilson Fisk que en manos de Waid alcanza terribles cotas y que pocas veces ha rayado a la altura a la que aquí lo hace.
En manos de Charles Soule y Ron Garney tras el «reinicio» de las ‘Secret Wars’, y con el severo viraje hacia la oscuridad que ha supuesto el padrinazgo de su nuevo equipo creativo —un equipo que, por cierto, no lo está haciendo nada mal— la luz que Waid y Samnee aportaron a ‘Daredevil’ queda recogida en ocho volúmenes que, como decía, se cuentan entre lo mejor que ha conocido el personaje al lado de las etapas de Miller y Bendis. Y aunque su primer número, casi sin diálogos, sea de esos que se leen en un par de minutos, habrá que ver si la nueva singladura de ambos autores al frente de la nueva serie de ‘Black Widow’ consigue establecerse en similares sobresalientes patrones en los que ha estado moviéndose la cabecera del Hombre Sin Miedo.
Daredevil: El hombre sin miedo 8
- Autores: Mark Waid y Chris Samnee
- Editorial: Panini
- Encuadernación: Rústica con solapas
- Páginas: 208 páginas
- Precio: 18 euros en
¿A nadie se le ha ocurrido pensar que ya era antes una isla para otro tipo de lectores? Ya era un refugio de negrura y desesperación para quienes queríamos precisamente eso, en un inmenso océano de chorradas y tebeo pijamero corriente.
Ya era una isla, y estaba habitada antes de que el mundo de los unicornios ciegos nos la quitara.
Algunos fuimos felices leyendo a Bendis y a Brubaker y tuvimos que pasar de nuestra pequeña isla negra de sufrimiento al desierto del color de rosa, por culpa de las alabanzas sin fin a Waid por parte de muchos que nunca han gustado de los tebeos de Daredevil.
Todo son gustos y opiniones, solo recalcar, que ya era una isla y ya había quienes disfrutábamos en ella. Y hay quienes nos alegramos de que Waid se largue a hacer historias de unicornios vomitando arco iris, a otras series.