‘El club de los supervivientes’, ¿me lo repita?

¿Y si las películas de terror de los ochenta fueran reales? ¿Dónde están hoy esos niños?

Sugerente, ¿verdad? Eso mismo pensé yo antes de adentrarme en ‘El club de los supervivientes’. Amante irredento e impenitente del cine de terror de todas las épocas, que un cómic se planteara como una mirada fresca e innovadora sobre el tejido del cine de género de hace tres décadas parecía tener todos los ingredientes para que este redactor cayera rendido sucumbiera sin remedio ante unos encantos que, si hay que hacerse eco de la contraportada de la edición de ECC, ya habían encandilado a nombres como Joe Hill, Warren Ellis o Ed Brubaker. Y no es por llevarle la contraria a los artífices de ‘Locke & Key’, ‘Planetary’ o ‘Fatale’, pero lo cierto es que lo que servidor ha encontrado en estas páginas, no sólo dista unas cuantas leguas de las vehementes loas de los citados guionistas, sino que se plantea qué diantres podría encontrarle alguien a una historia tan deslavazada, fragmentada e incluso rota por momentos como la que aquí nos ofrecen Lauren Beukes y Dale Halvorsen.

La pareja de escritores sudafricanos extraen del cine de los ochenta a seis potenciales arquetipos que, sin que necesariamente respondan de forma directa a ningún personaje de cine real, sí que recuerdan vagamente a alguno de ellos, lo suficiente —y esto es de lo poco que aplaudiría de ‘El club de los supervivientes’— como para que la curiosidad sea la que opere su magia durante buena parte de los compases iniciales de la lectura y la que nos lleve hasta un punto en el que, al menos yo, tuve que parar y plantearme una pregunta que, siempre que aparece, resulta tan incómoda como sintomática: ¿de qué narices va todo esto?

No bromeo cuando os digo que, incluso devanándome los sesos para intentar de dar cierta semblanza de homogeneidad a lo que aquí se nos cuenta, y aceptando que, por alguna extraña razón, me estaba perdiendo mucho de lo que la pareja de guionistas pretende plantear en ‘El club de los supervivientes’, llegué al final del volumen completamente patidifuso y con una desagradable sensación de «me han estafado» que aún hoy, bastantes días después de haber finalizado la lectura, aún me persigue: cómic de sensaciones «malrolleras» acrecentadas, no cabe duda, por el espléndido trabajo de Ryan Kelly —otra de las pocas cosas que aplaudiría sin reparos del volumen— lamento tener que cerrar estas líneas sin poder invitaros a que os adentréis en el enigma que envuelve a los personajes por cuanto, joder, si no he sido capaz de hacerme con él, ¿cómo cargar con la responsabilidad de haberos hecho partícipes del mismo?