Cuando ‘El arte de volar’ fue publicado allá por mayo de 2009 —parece mentira que ya hayan pasado siete años y que, entre otras cosas, Paco Camarasa, el editor que dio alas a Antonio Altarriba y a Kim nos haya dejado a temprana edad— mi reacción inicial tras leerlo no fue la que esperaba por los exacerbados comentarios a los que ya había tenido la oportunidad de asomarme en diversos puntos de la red. Contando entre ellos, cómo no, a la desaforada loa que Álvaro Pons le dedicaba en ‘La Cárcel de Papel’, quiero pensar que la moderada valoración que hice en esos primeros instantes era más atribuible a la etapa en la que me encontraba entonces, de pleno despertar a lo que el tebeo español y europeo tenía que ofrecer, y no a razones de calidad del álbum que valió a sus autores el Premio Nacional del Cómic.
El tiempo, ese juez implacable que a todos y a todo pone en su sitio, no tardaría en hacerme ver lo muy equivocado de mi postura, y tan sólo un año después —y una doble entrevista con los autores mediante— me disponía a revisar con otros ojos el que, ahora sí, se iba a alzar como uno de los tebeos que más honda huella han dejado en este redactor. Quizás creáis que exagero y que doce meses no son ni por asomo suficientes para cambiar de forma tan radical el juicio sobre una obra, pero os puedo asegurar que los algo más de 365 días que transcurrieron entre uno y otro instante fueron los que la carga de profundidad que Altarriba vertía a la hora de acometer el relato de la vida de su padre necesitaban para hacer su trabajo, conseguir conquistarme sin remisión y provocar que el notable inicial con el que la valoré pasara, sin atisbo de duda, al de Obra Maestra indiscutible.
Las razones para tal cambio de parecer se reparten tanto hacia el rápido proceso de asimilación de las estructuras del cómic del viejo mundo que durante el 2009 y principios de 2010 tuve la oportunidad de hacer de mano de la inmensa cantidad de álbumes que pasaron por mis manos como, de forma obvia, hacia la normal maduración en los gustos y filias que la total apertura a un universo tan diferente al del cómic-book yanqui terminó por decantar. Podría afirmar aquí que me gustaría haber tenido acceso pleno a la puerta que se abrió entonces tiempo atrás, pero soy de los que piensan que ciertas cosas pasan en el preciso instante en el que uno está preparado para asumirlas, ni antes ni después.
Sea como fuere, la franqueza y cruda honestidad con la que Antonio Altarriba se convertía en su padre y su padre en él, había hecho de ‘El arte de volar’ una de las referencias que más he podido reiterar a la hora de hablar de tebeo español en el último lustro. Una referencia que durante todos estos años, no obstante, se antojaba coja a ojos de muchos de los lectores que nos preguntábamos «¿y tu madre qué?». Tanto es así, que según cuenta Altarriba en el epílogo que cierra ‘El ala rota’, fue dicha pregunta puesta en boca de una lectora de un pequeño pueblo del sur de Francia la que decantó que el mismo guionista que había transmutado en su progenitor, intentando comprender el por qué de su suicidio a tan tardía edad, se metamorfosee ahora en la mujer que lo trajo al mundo para ofrecer un retrato alternativo de la misma España a la que ya habíamos podido asomarnos en su anterior opus magna.
Sabedor de que las comparaciones con ‘El arte de volar’ van a ser ineludibles, Altarriba toma una decisión inicial que sólo puede ser calificada de brillante por cuanto provoca el inmediato alejamiento de la sombra de su multipremiado trabajo: prescindiendo por completo de los textos de apoyo y del narrador en primera persona que eran él o su padre, el guionista da un paso atrás y nos convierte a los lectores en espectadores silentes de la obra que es la vida de su madre. Una obra que se desarrolla en cuatro actos —los tres naturales de cualquier pieza teatral o cinematográfica y una breve pero imprescindible coda— y que, a través de sendos hombres imprescindibles en el trazado de la existencia de Petra, sigue a la «protagonista» desde su trágico nacimiento en Pozuelo de la Orden allá por 1918, hasta su muerte, ochenta años después, en un hogar de las hermanas de la Caridad.
Su padre, un militar que tenía mucho que esconder ante los ojos del franquismo, su marido y un último e inesperado amor entre las paredes del asilo son los varones que jalonan una existencia marcada por la determinación y la voluntad perpetua de siempre salir adelante sin dejarse pisotear ni por el hombre que decía llamarse papá, ni por el marido que no era capaz de comprenderla en toda su dimensión. Al dejarse arropar por el manto de la feminidad de su madre, Altarriba muestra una capacidad de adaptación asombrosa y resulta mucho menos «agresivo» que en algunos instantes de ‘El arte de volar’ —sin que dicho epíteto vaya, ni mucho menos, dirigido a críticar el talante más «macho» de las páginas de la citada obra—.
Es más, evitando las reflexiones que se derivaban de la mencionada narración en primera persona, Altarriba nos hace partícipes directos de la vida de su madre sin que haya condicionantes previos, siendo testigos directos de un discurrir vital que, por supuesto, nos acerca a esas «dos Españas» acerca de las que, esperemos, logremos dejar de hablar algún día. Y a su lado, con su característico trazo pero una narrativa más depurada por el tiempo transcurrido, Kim se deja la piel en que ese viaje al pasado de nuestra nación sea inequívocamente realista, lleno de detalles y de una precisión documental que sitúa a ‘El ala rota’ a medio camino entre el cómic y el documento histórico.
De lo que no queda duda, no obstante, es de que Altarriba y Kim logran con su magna obra hacer de nuevo historia del tebeo español hablándole a los lectores sin tapujos y con suma honestidad de un pasado que forma parte indeleble de nuestro presente y sin el que nunca podrá entenderse nuestro futuro. Hay quiénes pensarán que ya está bien de rememorar la Guerra Civil y las casi cuatro décadas de Régimen. A los que así os posicionéis os recomendaría que abandonarais por un momento vuestros prejuicios, que os acercarais al testimonio maduro y equilibrado de unos autores que conocen los entresijos de este mundillo como pocos lo hacen y que, al hacerlo, os dejarais maravillar por un las 256 páginas de una lectura que es algo más que un «simple tebeo».
El ala rota
- Autores: El ala rota
- Editorial: Norma
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 256 páginas
- Precio: 22,71 euros en