Acaso porque la generación a la que pertenezco tuvo un primer acceso al mundo del cómic a través de los superhéroes y el tebeo europeo fue algo limitado durante la infancia —caso del que esto suscribe— a ‘Astérix’ y ‘Tintín’, el descubrimiento de ‘Corto Maltés’ fue llevado a cabo por parte de servidor por mano de mi suegro cuando, tras las muchas insistencias del padre de mi esposa, me dejé llevar por su recomendación de asomarme a uno de los mejores personajes que había dado el noveno arte. Llevado sin duda por lo efusivo de los comentarios de aquél con el que me unen lazos que superan lo estrictamente familiar —compartir esta afición con tu suegro es uno de esos imposibles que quiero creer que raras veces se dan en la vida de un amante de los cómics— no puedo hablar en términos negativos ante la primera lectura que le realicé a ‘La casa dorada de Samarkanda’, el primer álbum a cuya lectura fui encomendado, por cuanto lo que se desplegaba en las páginas de la obra de Hugo Pratt era de un nivel tan asombroso como diferente; pero sí de cierta decepción ya que esperaba, no sé, algo más.
Afortunadamente, el tiempo pone todas las cosas en su lugar, y los años transcurridos desde entonces unidos a la total apertura que en su momento efectué hacia el cosmos del cómic europeo en todas sus formas y acepciones, terminaron por decantar una apreciación más profunda hacia las peculiares formas narrativas de Pratt —sus saltos inexplicables en la acción, la aparición y desaparición de personajes casi porque sí…— y hacia algunos, que no todos, los álbumes que conforman las aventuras de Corto que el artista italiano firmó en vida. Un opus en el que hay cabida para lecturas apasionantes y otras que siempre que vuelvo a ellas me siguen dejando patidifuso —esa ‘Mu’, tan lisérgica y extraña— pero que, sin duda, nos permite adentrarnos en las páginas de uno de los personajes más fascinantes que haya visto la luz en viñetas: el enigmático marinero y aventurero hijo de británico y sevillana nacido en La Valetta.
Mucho se había hablado durante las dos décadas que habían pasado desde que Pratt publicara la última aventura de Corto ante la posibilidad de que un nuevo talento creativo —o un equipo— se hiciera cargo de perpetuar la memoria del autor y su creación con nuevos relatos con los que, o bien seguir la historia del personaje allá donde la dejara su «padre» —la parte más clara de la biografía del «héroe» se quedaba más o menos estancada en 1925 con la citada ‘Mu’— o bien rellenar los muchos y abultados huecos que el autor fue diseminando a lo largo del trazado de la existencia de su creación. Pero todo lo que se hablaba quedaba en eso, en palabras que se llevaba el viento. Unas palabras que comenzaron a resonar de nuevo con fuerza cuando Albert Uderzo anunció hace tres años que se retiraba de ‘Astérix’ dando paso a Jean-Yves Ferry y Didier Conrad, abriendo así la puerta a que Casterman considerara nombres que pudieran dejar su impronta en el legado de Hugo Pratt. Lo que poco podíamos imaginar era que dicho legado fuera a recaer en las manos de dos españoles y que éstos lograrían acercarse de la manera que lo hacen aquí al estilo del autor original.
Porque si algo llama poderosamente la atención de las setenta y ocho páginas de que se compone ‘Corto Maltés. Bajo el sol de medianoche’ — el resto del espléndido álbum publicado por Norma en dos ediciones diferentes en blanco y negro y color, son extras— es, de una parte, hasta qué punto Juan Díaz Canales ha sabido zambullirse en la forma en que Pratt contaba sus historias para alzarse como preciso heredero de sus estándares y, de la otra, cuánto ha invisibilizado Rubén Pellejero su estilo para acercarse a los patrones narrativos del artista italiano, haciendo posible la conjunción de ambos talentos algo que parecía improbable: ver resucitado en las planchas del volumen al personaje como si hubiera estado escrito y dibujado por Hugo Pratt. Y no exagero.
De una parte, el trabajo de Díaz Canales, al margen de exudar un respeto tremendo por lo que se entiende es uno de sus personajes favoritos, siembra de forma minuciosa y con extremo mimo el amplio y vasto terreno arado en su momento por Pratt, logrando que las semillas que va plantando en este relato que lleva a Corto desde San Francisco a las heladas llanuras de Alaska arraiguen con fuerza en el rico sustrato que el artista italiano abonó a lo largo de su trayectoria. Echando mano de la intercesión de Jack London, el viaje de Corto a lo largo de la narración se divide en dos tramos que, cada uno a su manera, se hacen eco de las diferentes personalidades de las que Pratt solía revestir a su personaje, y aquí podemos contemplar tanto lo extrañamente acelerado de la acción inicial, como el detalle con el que se nos traslada todo a partir del ecuador aproximado de la lectura.
Una lectura que, de la otra parte, se favorece sobremanera de haber encontrado a un artista capaz, no sólo de imitar un estilo —algo bastante sencillo para un profesional del medio— sino de aprehenderse de él de tal manera que las estructuras narrativas internas, la composición de la viñeta y la forma en la que Pratt planteaba la página encuentren en Pellejero perfecto reflejo. Conseguir todo ello ya es tarea de titanes. Una tarea que Pellejero supera con nota y a la que añade un matiz que es el que logra que su logro sea aún mayor: que al tiempo que al mirar las páginas seamos capaces de identificar a Pratt, consigamos también con poco esfuerzo rastrear el estilo que nuestro dibujante lleva lustros desarrollando. Un estilo que es tremendamente reconocible, que nos ha dejado algunos de los mejores títulos de la tebeografía española y que ahora, en esta permuta, ha encontrado renovadas cotas con las que seguir afirmando que pocos artistas gráficos están a la altura de su asombroso talento.
Corto Maltés. Bajo el sol de medianoche
- Autores: Juan Díaz Canales & Rubén Pellejero
- Editorial: Norma
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 96 páginas
- Precio: 18,53 euros en