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V. Kingdom Come

‘Codeflesh’, el cobrador del frac

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Mezclar el noir con los superhéroes suele dar buenos resultados. Ahí tenemos obras como el ‘Incognito’ de Brubaker y Phillips, el ‘Marvel Knights: Daredevil’ de Bendis y Maleev, e incluso el ‘Watchmen’ de Moore y Gibbons, todos ellos cómics que combinan el pijameo con el patrulleo de gabardina, la exploración de los rincones oscuros de la psique humana, la ambientación en suburbios y callejones, y un uso más crudo y visceral de la violencia del que suele estilarse en los tebeos superheroicos. En el año 2000, el guionista Joe Casey y el dibujante Charlie Adlard realizaron su propio acercamiento a esta singular mezcla de géneros con el cómic titulado ‘Codeflesh’, que Aleta recopila en su totalidad en un tomo siguiendo el formato de la edición original de Image, en la que se recogen los ocho capítulos que componen la historia, más uno nuevo, realizado años después por la misma dupla de autores.

El protagonista de ‘Codeflesh’ se llama Cameron Daltrey y se gana la vida como agente de fianzas en Los Ángeles, el empleo que cabría esperar de un personaje extraído de alguna novela de James Ellroy, Edward Bunker o Elmore Leonard, al que Casey cita explícitamente como una de sus mayores influencias. Pero Cam tiene dos peculiaridades: la primera es que su especialidad son los criminales con superpoderes, y la segunda, que cuando alguien no paga la deuda contraída y toca ir a sacarle el dinero a mamporros, es él mismo quien se encarga de ello, ataviado con una máscara blanca con un código de barras, recordándonos por su aspecto al Rorschach de la citada ‘Watchmen’. Dado que ‘Codeflesh’ se estructura en base a capítulos de apenas doce páginas cada uno, los autores no tienen demasiado tiempo para profundizar en el trasfondo del personaje, pero sí nos dejan una cosa bien clara: que a Cameron le encanta su trabajo, que está incluso enganchado a intercambiar puñetazos y morros partidos con los malosos, y que esa faceta autodestructiva de su personalidad es la que dicta sus actos y su relación con Maddie, bailarina de striptease que, pese a sus intentos, no consigue encarrilarlo. Ya se sabe que, en el noir, el amor no suele ser la fuerza que decanta la balanza del destino.

Cada capítulo corresponde a un nuevo encargo, con el que Cam sale a la caza de algún supercriminal que no haya cumplido con su deuda en los juzgados. Criminales singulares como el joven hispano con poderes telepáticos o como el veterano criminal que agoniza de un cáncer que le ha dejado la piel de color verde y cubierta de pústulas. Los enfrentamientos con cada uno de ellos no son jocosos ni coloridos, los golpes que se pegan duelen de verdad, y no intercambian comentarios ingeniosos durante la pelea, sino afiladas líneas de diálogo cargadas de mala leche, palabras malsonantes y atisbos de humor negro, con las que Casey demuestra sus credenciales como escritor de género. En cuanto a Adlard, la madurez como artista llegó con su ya larga trayectoria a los lápices de ‘Los muertos vivientes’, pero aquí ya mostraba buena mano para la creación de atmósferas, gracias sobre todo a su gélida paleta de colores.

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Mención aparte merece el octavo capítulo de ‘Codeflesh’, el último de la primera tanda original. El capítulo se estructura en base a una carta que Cameron le escribe a su chica, cuyo contenido sustituye a los diálogos de los personajes en la historia que se cuenta durante el capítulo. Es la primera vez que leo un cómic que utilice este recurso narrativo, que no solo proporciona un resultado llamativo, sino también eficaz. Así pues, es una lástima que ‘Codeflesh’ terminara cuando los dos autores estaban empezando a dar rienda suelta a su personalidad dentro de la obra. El noveno capítulo, realizado años después, es otra prueba de que ‘Codeflesh’ podría haber alcanzado un nivel muy alto de haber continuado su serialización. Resulta interesante, sobre todo, observar la evolución gráfica que experimentó Adlard durante ese lapso de tiempo.

Teniendo en cuenta que tanto Casey como Adlard andan enfrascados en sus propios proyectos, sobre todo este último con su ración mensual de zombis, parece poco probable que ‘Codeflesh’ vaya a tener continuación en un futuro próximo. Una razón más para leer con mimo este tomo, disfrutar de su crudeza y su frescura, y elucubrar sobre lo que podría haber dado de sí de haberse dado las circunstancias propicias.

Codeflesh

  • Autores: Joe Casey y Charlie Adlard
  • Editorial: Aleta
  • Encuadernación: Rústica
  • Páginas: 136
  • Precio: 13,95 euros

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