‘Carthago 1. La laguna de la fortuna’, misterios abisales

Tiempo hacía que el nombre de Christophe Bec no aparecía en una portada publicada en nuestro país. De hecho, habría que remontarse a 2008 para dar con las dos referencias por las que servidor recordaba al por aquél entonces dibujante. Publicadas por Planeta dentro de esa ColecciónBD que tantos títulos vio alumbrar por aquél entonces, el dibujo de Bec pudo ser apreciado en ‘Santuario’ y ‘Cero absoluto’, dos miniseries de tres álbumes sobre las que el recuerdo arroja connotaciones ciertamente negativas derivada tanto de la incapacidad de los guionistas por atrapar con sus historias, como por el hecho de que el dibujo del hoy guionista descansaba en exceso en la referencia fotográfica de actores muy conocidos y resultaba harto complejo abstraerse de la distracción que suponía ver a Bruce Willis o Johnny Depp en unas viñetas estáticas hasta decir basta.

Pero no nos alarmemos antes de tiempo. A fin de cuentas, no estamos aquí para valorar empresas pasadas en las lides gráficas, sino logros más o menos presentes (los tres álbumes que conforman ‘Carthago’ vieron la luz en el país vecino entre 2007 y 2013, seis años que, al parecer, dieron para muchos problemas entre guionista y dibujante hasta el punto de que no será a Eric Henniot a quien tendremos que juzgar en la tercera entrega) en el ámbito del guión. Y ahí lo cierto es que Bec se descubre como un narrador muchísimo más hábil que lo que demostraba ser a la hora de hilvanar viñetas, construyendo con este primer capítulo de la serie un thriller espléndido que, con sus tintes fantásticos y connotaciones medioambientales, atrapa al lector en sus misterios desde la primera página.

Sin querer revelar mucho de una trama que envuelve a una ambiciosa corporación, al hallazgo de una cueva submarina que alberga especies prehistóricas tomadas por extintas, a los esfuerzos por un grupo de científicos con intereses ocultos por conservar tamaño descubrimiento y a un curioso coleccionista multimillonario por hacerse con él, sí que hay que dejar más o menos claro que el preciso talante cinematográfico del conjunto, potenciado por el trazo limpio y la pulcra composición de Eric Henniot, se descubre como el mejor valor de una propuesta que, como decíamos, envuelve con suma facilidad a aquél que se acerque a ella y deja, como todo buen relato de misterio, con ganas de muchísimo más.