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La sola mención de su nombre despierta, en cualquier lector veterano, todo un torrente de sentimientos por lo mucho que, a lo largo de las décadas, John Byrne ha hecho por el noveno arte en general y el cómic de superhéroes en particular tanto a uno y otro lado de las dos majors por excelencia, como en los proyectos «personales» que completan una tebeografía apasionante como pocas: desde sus inicios, allá por inicios de los setenta, el muy característico estilo del inglés afincado en Canadá fue evolucionando de manera constante y a pasos de gigante hasta que, en 1977, desembarcara en ‘X-Men‘ y, junto a Chris Claremont, construyera un corpus que aún hoy, camino de las cinco décadas de antigüedad, es considerado de forma unánime como uno de los mejores instantes en la vida editorial de los mutantes. Lo que Byrne plasmara en aquellas páginas que tuvieron como cúlmen indiscutible la más que legendaria saga de Fénix Oscura, no era sino magnífica antesala de lo que estaba por llegar.
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Y lo que estaba por llegar no era sino una estancia de seis inigualables años a bordo de la primera familia de Marvel que, a día de hoy, y de forma mucho más categórica incluso que lo que lograra en ‘X-Men’, está a la cabeza de cualquier otro referente al que se quiera recurrir sobre los 4 Fantásticos. De hecho, el mérito de Byrne para con las aventuras de Reed Richards, Susan y Johnny Storm y Ben Grimm es bastante mayor que el alcanzado en X-Men puesto que, si en la serie mutante sus labores quedaran circunscritas al dibujo, en los 4F Marvel decide confiar en sus aptitudes como guionista y el artista puede colgarse el hábito de «autor completo», sometiendo a las vidas de sus protagonistas a toda una suerte de aventuras que, partiendo de la intención de Byrne de devolver frescura a la cabecera y rescatar algo de lo que la hizo grande en su concepción por parte de Stan Lee y Jack Kirby. A fe nuestra que no sólo lo conseguiría, sino que lograría establecer una segunda era de oro para la serie.
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Abandonándola por razones de hastío, Byrne no aguantaría mucho más en La Casa de las Ideas. Y, tras un breve paso por el coloso esmeralda, mudaba su talento a la Distinguida Competencia para revitalizar, en otro proyecto de esos que no haría sino aumentar aún más su leyenda, a la versión post-Crisis último hijo de Krypton con su estancia en ‘El hombre de acero‘. Ya dijimos en su momento que los dos años que el artista estuvo al frente de la colección, antes de abandonar DC por el poco apoyo que, según él, recibía de la editorial, se alzaban, en su mayoría, como un clásico incontestable dentro de la historia del superhombre por excelencia y que, leídas hoy, 36 años después, conservan la inmensa mayoría de las cualidades que la hicieron favorita de los lectores de la segunda mitad de los años 80.
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Byrne volvería a Marvel, dejaría su impronta en ‘Los Vengadores‘ ‘Hulka‘ y en ‘Namor‘ y, tras su segundo paso por La Casa de las Ideas, comenzaría un largo tránsito por todo un rosario de proyectos que fueron encontrando puntual acomodo, ya en las dos majors —Wonder Woman o Superman y Batman para DC, X-Men o Spiderman para Marvel—, ya en Dark Horse con sus ‘Next Men‘, ya en cabeceras de mucho menor impacto en su tebeografía que irían erosionando, poco a poco, la incondicional admiración de mucho de su fandom, que veía como el comportamiento algo irascible del dibujante y su poco aguante para con «las tonterías de la gente», lo relegaba a un casi completo destierro de la primera plana del noveno arte. Un lugar en el que, en los últimos cuatro años, lleva desarrollando un fan fiction a mayor gloria de su propio ego con ‘X-Men Elsewhen‘, continuación de las aventuras de los mutantes si la saga de Fénix Oscura no se hubiera dado en la que, a través de los treinta y números aparecidos hasta la fecha, Byrne intenta, recuperando su mejor forma al dibujo en planchas de lápiz directo, enmendarle la plana a Chris Claremont y todo lo que sucedió en la cabecera mutante tras la muerte de Jean Grey. Spoiler: no lo consigue aunque el trabajo sea una gozada visual y, puntualmente, haya muy buenas ideas.
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Casi cinco décadas resumidas en cuatro párrafos y os estaréis preguntando, ¿y dónde encaja en todo este esquema ‘Alpha Flight‘? Pues en el mismo lustro en el que Byrne se ocupa de ‘Los 4 Fantásticos’: pasando por un momento de creatividad extrema y, sobre todo, de máxima producción, el artista resuelve, dos años después de haber tomado las riendas de la primera familia, que una colección es poco para sus habilidades y que es perfectamente capaz de sacar dos números mensuales escritos y dibujados por él. Es bajo esta apuesta consigo mismo como, en 1983, Byrne indagará en las aventuras de unos personajes que habían aparecido por primera vez en los tebeos de los mutantes como trasfondo del pasado de Lobezno y que tenían el «honor» de conformar el primer grupo de superhéroes canadiense. Nace así ‘Alpha Flight’, un proyecto que tendrá gran recibimiento por parte de los lectores de la época y en el que Byrne se mantendrá durante 28 números antes de hacer una despedida un poco a la francesa y salir casi de tapadillo.
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De hecho, como pasara con sus Vengadores, la marcha silente de Byrne de la colección es, probablemente, lo peor de una serie que, hasta entonces, ha navegado contra toda corriente que se le ponga por delante y ha dado lugar a algunas decisiones que, aunque criticadas, son preciso escaparate del talante inconformista y, sobre todo, experimentador, del artista. Quizá la más ostensible de todas ellas sea que, aún siendo una colección centrada en un grupo, sean raras las ocasiones en las que, en esos dos años y poco que Byrne está al mando de las vidas de Guardian, Sasquatch, Puck, Estrella del Norte, Aurora, Pájaro Nevado y Shaman, veamos al grupo al completo compartiendo página. En su lugar, el artista utiliza las páginas de la cabecera para explorar las vidas de sus personajes, juntando a tres de ellos a lo sumo en un conjunto de historias que se sienten cercanas y en ocasiones íntimas y que nos otorgan la rara oportunidad de conocer muy de cerca a unos superhéroes y superheroínas de lo más humanos.
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Quien piense que 28 números no dan para mucho, es que no está teniendo en cuenta dos factores fundamentales: uno, estamos hablando de otra época muy diferente en la que una grapa de 24 páginas era una lectura mucho más extensa que aquello a lo que hoy en día estamos acostumbrados; y, dos, que es un Byrne algo heredero de las formas de Claremont —mal que, probablemente, esta comparación le pesara mucho al canadiense— el que firma los guiones, y aquí los diálogos son una presencia, sino agotadora como pasa en muchas ocasiones con lo puntualmente farragoso del estilo de su antiguo compañero en ‘X-Men’, sí constante y casi nunca prescindible, poniendo el autor toda la carne en el asador a la hora de rascar sobre la deslumbrante superficie de sus protagonistas y hallar a la persona con miedos e inseguridades que subyace bajo el colorido disfraz.
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Este proceso de psicoanálisis del superhéroe que, cuidado, dista mucho del calado que durante aquella década veremos en los mejores ejemplos del medio, nunca es más visible en ‘Alpha Flight’ que con Aurora. Bien es cierto que Byrne dedica espacio sobrado para que todos sus personajes tengan el trasfondo adecuado, algo que es especialmente notable en la mujer de Guardián, el líder de la agrupación, pero es en la dualidad de la doble personalidad de la voluble y voluptuosa fémina y en lo mucho que se invierte en dar adecuado tratamiento a ambos extremos de ese doble carácter donde Byrne alcanza mejores resultados. Insistimos, no es la única y, puntualmente —ahí está, por ejemplo, Namorita— hay lugar para que el artista se explaye a placer con las motivaciones e inquietudes que mueven al variado y muy pintoresco grupo.
En lo que respecta a las aventuras que nuestros héroes viven, el conjunto de los 28 números que queda recogido —más algunos añadidos— en los seis volúmenes que Panini ha dedicado a la ‘Biblioteca Alpha Flight‘, no podría ser mejor y más dinámica constatación del fértil manantial de ideas que Byrne gasta en aquellos años: hay aquí espacio para villanos que lo son porque «los han dibujado así» y otros cuyo trasfondo los convierte en puntuales centros de atención mucho más atractivos que los relucientes héroes —la fugaz aparición de Namor o el RESPONSABLE DE MATAR A GUARDIÁN son claros ejemplos de ello— pero, tanto unos como otros, no se nos antojan meras fichas dispuestas en el camino de los protagonistas para animar el número de turno, percibiéndose una intencionalidad clara en su creación como distorsionados espejos en los que la agrupación puede mirarse e, incluso, verse hasta reconocida.
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En un momento en que sus cualidades visuales están en apogeo, el dibujo con el que Byrne acompaña a Alpha Flight, entintado en su mayoría por un inmenso Bob Wiacek, es de lo mejor que le hemos visto en su trayectoria. De hecho, cabría aducir que el período que va desde 1981, año en que toma las riendas de ‘Fantastic Four’ hasta 1988, año en que «suelta» ‘El hombre de acero’ es, sin lugar a ninguna duda, el MEJOR de su dilatada carrera: algo más suelto y con menor inclinación hacia el detallado de fondos que lo que le vemos en la cabecera de la primera familia marvelita, el trazo de Byrne en ‘Alpha Flight’ se estiliza y se vuelve más delicado, una propiedad esta última que habría que adjudicar a la enorme diferencia que supone el cambio de su entintador de siempre, Terry Austin, al citado Wiacek. Aún así, el dibujo de Byrne sigue siendo reconocible a la legua, y la expresividad que siempre ha caracterizado sus formas, el artista comienza aquí a darse a cierto experimento que prefigura las más alocadas propuestas que veremos, de su mano, en su etapa con Jennifer Walters y su alter ego esmeralda.
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Si habéis leído ‘Alpha Flight’ en alguna ocasión, sabéis de sobra que a lo que estoy haciendo directa referencia es al número en el que Pájaro Nevado ha de mantener una fiera batalla durante una tormenta de nieve, ocasión que Byrne aprovecha para, provocando las iras de muchos lectores de la época —que no pudieron, no supieron o no quisieron valorar la valentía de la decisión— llenar unas cuantas páginas de viñetas completamente blancas salpicadas tan sólo por bocadillos de diálogos y onomatopeyas. Sea por la razón que sea —nos atrevemos a aventurar que confluyeron ahí una mezcla de tirón de orejas por parte del editor y de no ser ni la colección adecuada ni el momento oportuno para continuar por esa línea— es esta la única ocasión en las páginas de la colección en la que esto sucede, pero anuncia ya, con unos pocos años de antelación, lo que el canadiense llegará a ofrecernos en las páginas de ‘Hulka’.
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Como decíamos antes, la marcha de Byrne de las páginas de ‘Alpha Flight’ se produce de manera que nos deja a los lectores con un palmo de narices: no sólo no cierra ciertas subtramas sino que, atraído por el personaje de Hulk, propone a Marvel el intercambiarse con el equipo creativo que, en ese momento, lleva el timón de Bruce Banner y su furiosa versión verde. Así, Bill Mantlo y un Mike Mignola muy, muy diferente al que conocemos hoy, aterrizarán en las páginas de la colección, dando la oportunidad al primero de convertirse, por esta azarosa circunstancia editorial, en el guionista que más tiempo escribiría a los superhéroes canadienses. Y de esta forma, muy inesperada y bastante insatisfactoria, llega a su fin un capítulo en la tebeografía de Byrne del que el artista ha regenado con bastante frecuencia pero que, a nosotros, nos parece imprescindible.
Antes de decidir que los seis volúmenes de ‘Alpha Flight’ iban a terminar incorporándose a las filas de nuestra Fancueva Select Edition, esta iba a ser una reseña al uso cuyo titular rezaba «el Byrne más Byrne». Ahora que lo pensamos, esa sentencia podía incitar a pensar que, en lo que a esta página respecta, ‘Alpha Flight’ es lo mejor que ha parido Byrne en sus cinco décadas de dedicación al noveno arte. Y no es así. Nuestra lectura sobre ese «el Byrne MÁS Byrne» va por derroteros que, si bien quieren hacer inclusión de ese mensaje de lectura imprescindible que apuntábamos en el párrafo anterior, se mueven sobre todo por querer establecer que, junto a ‘Los Cuatro Fantásticos’ y ‘El hombre de acero’ y ‘Hulka’, John Byrne nunca fue más fiel a lo que entendemos su esencia como autor que cuando recorrió los paisajes de su tierra adoptiva a hombros de un grupo que jamás ha relucido mejor en la página impresa que en sus manos. EXCELSIOR!!!!!!




