A estas alturas, nadie pone en duda que Jeff Lemire es, junto a Cullen Bunn —si no lo habéis hecho ya, deberíais echar un ojo tanto a ‘Harrow County‘ como a cualquiera de sus series para Aftershock o a una miniserie llamada ‘The Empty Man‘ que, publicada por Boom! está siendo adaptada al cine—, el guionista actual que mejor cultiva el complicadísimo arte del terror en viñetas. Y si nadie lo hace, es debido a que el prolífico artista —del que siempre nos asombra su capacidad para estar en diez sitios diferentes a la vez, ya sea como guionista, como dibujante o como las dos cosas al mismo tiempo— terminó de sentar las bases de su habilidad para manejarse por los recovecos del género con esa obra maestra que, desde su primer número, está siendo ‘Gideon Falls‘, un cómic del que ya hemos hablado aquí con mucha insistencia y que nadie en su sano juicio debería dejar pasar.
Y si digo «terminar de sentar», es porque Lemire ya se había fogueado de manera considerable en el terror y, más específicamente, en un tipo de terror sobrenatural muy similar al que ofrece en la cabecera de Image, con lo que puso en pie en el ‘Animal Man‘ de las Nuevas 52 que ahora nos ofrece ECC en uno de esos integrales de tamaño reducido y gruesos como ellos solos a los que tanto nos hemos llegado a acostumbrar sus lectores: no son pocas las ocasiones en que, desde que DC tomó la desafortunada decisión de reiniciar todo su universo en aquél experimento temporal que fueron las Nuevas 52, me he mostrado tremendamente crítico —por no decir directamente intolerante— ante lo que supuso todo el movimiento editorial que siguió al ‘Flashpoint‘; pero eso nunca ha sido óbice para rechazar de pleno TODO lo que nos sobrevino con él, máxime cuando siempre me he molestado en puntualizar que una de mis tres etapas favoritas de las aventuras del hombre murciélago es la que llevaron a cabo Scott Snyder y Greg Capullo durante el lustro en que se prolongó un experimento que, desde el comienzo, se sintió como disfuncional.
Junto a ‘Batman‘, no obstante, hubo un pequeño corpúsculo de propuestas que, a día de hoy, sigue valiendo la pena rescatar, no como parte de una continuidad que en muchos casos quedó completamente interrumpida, sino como enormes Elseworlds que revisitar por el mero gustazo de reencontrarse con la ‘Wonder Woman‘ de Brian Azzarello, la ‘JLA‘ de Geoff Johns y Jim Lee o, por supuesto, lo que Lemire concretó en este laboratorio de ensayo en el que experimentó con un Buddy Baker que conocía aquí un álgido instante comparable, hasta cierto punto, con lo que Grant Morrison hizo con él en su LEGENDARIA estancia durante los años 90. Aún reconociendo el ejemplar trabajo que ambos guionistas hicieron, habría que aclarar que no ha sido Animal Man un personaje que, fuera de las dos órbitas definidas por Morrison y Lemire, haya conocido un fértil predicamento editorial, así que tener ambos polos como referentes es en realidad más una necesidad que el resultado de un arduo proceso de selección.
Dicho esto, que nadie piense que la falta de otros referentes de peso con los que comparar podría ser utilizado como demérito para juzgar negativamente, y me centro en el trabajo de Lemire, una estancia que, a todas luces, es brillante de principio a fin. Parte de ese brillo descansa por todo el mundo que el guionista construye en torno a una curiosa trinidad que se establece entre el mundo verde —aquél al que pertenece la Cosa del Pantano—, el mundo rojo —el animal del que sería representante Animal Man— y el de la putrefacción. Como explica Lemire en el desarrollo del único arco argumental que conforman los números incluidos en este integral, las tres fuerzas llevan luchando desde el origen del mundo, y cuando una intenta romper el equilibrio, las otras dos deben aunar esfuerzos para mantener la balanza en su sitio.
En el instante en que Lemire se asoma a la vida de Baker, que ha triunfado como actor —genial los números dedicados a visualizar la película que lo llevó a la fama, todo un ejercicio meta—, la putrefacción ha movido ficha y ha arrojado al caos el delicado equilibrio de fuerzas y, al hacerlo, ha puesto en marcha una serie de acontecimientos que llevará, entre otras cosas, a que Buddy descubra la verdad de su origen, se encuentre con que su hija es el futuro avatar del rojo y pieza clave en la resolución del conflicto y tenga que lidiar con toda una serie de peripecias que ponen de manifiesto la portentosa imaginación del guionista para inventar ambientes malrollistas y personajes salidos de la peor pesadilla de Lovecraft.
En configurar dichas pesadillas viene un equipo de artistas que, variado por obligación, cuenta con dos nombres que, en extensión, sobresalen sobre todos los demás: Travel Foreman y Steve Pugh. Personalmente, me quedo de lejos por el segundo porque entronca más con mis filias visuales personales, pero he de admitir que, aunque el trazo de Foreman pueda parecer feista y desproporcionado en primera instancia —y no por otra cosa, sino porque lo es—, con el transcurrir de la lectura uno termina por acostumbrarse y, aunque mucha es la distancia que le separa de Andrea Sorrentino, es incuestionable que las muy espeluznantes vibraciones que transmite esta etapa de ‘Animal Man’ se deben en buena parte a lo que Foreman pone en pie en páginas como la que ilustra el tramo intermedio de esta reseña. Una reseña que, obviamente, se deja muchas cosas fuera —800 páginas darían, si así lo quisiéramos, para una serie de artículos— pero que, esperamos, os haya servido como incitación suficiente para acercaros a tan fascinante y atípico tebeo de superhéroes.
Animal Man. El reino rojo
- Autores: Jeff Lemire y VVAA
- Editorial: ECC Ediciones
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 808 páginas
- Precio: 58,42 euros en