‘Academia Gotham. Calamidad’, el pasado llama a la puerta

Calificar una serie como ‘Academia Gotham’ de «mero cómic para adolescentes» como he podido llegar a leer en algún comentario poco afortunado del otro lado del charco es hacerle flaco favor a la genial creación de Becky Cloonan, Brenden Fletcher y Karl Kerschl. De acuerdo, el hecho de que venga protagonizado por adolescentes, el que su ritmo narrativo sea algo alocado y dado a constantes giros o que la pareja de guionistas se esfuercen por acercar sobremanera los diálogos a la forma de expresarse de los jóvenes, son puntos muy a favor para que se tache como se hace a la cabecera y, lamentablemente, no quiera verse más allá. Porque, que no os quepa duda, hay más allá en las páginas de ‘Academia Gotham’.

De la misma manera que suele venir ocurriendo de un tiempo a esta parte con el buen cine de animación, ese que es capaz de aludir de una manera al público infantil y de otra muy —pero que muy— diferente al adulto, la serie que sigue las vivencias de Olive, Maps, Pomeline, Colton y Kyle puede satisfacer, y satisfacer de forma plena, a aquellos que sólo vayan buscando un frugal entretenimiento con el que pasar parte de una tarde de lectura o, en otro término, suscitar la búsqueda de ese algo más que un adulto aficionado al universo de los cómics siempre termina —consciente o inconscientemente— requiriendo del cómic de turno: reflexionando sobre las dificultades de la adolescencia al tiempo que habla sobre la complejidad de soportar la pérdida de un ser querido, la carga «dramática» que subyace en ‘Academia Gotham’ es complemento perfecto de esa ligereza con la que aparentemente queda caracterizada el conjunto.

Una cualidad esta, la de ligereza, a la que viene a ayudar el soberbio estilo cartoon que todos los dibujantes de la serie, empezando por el gran Karl Kerschl, practican en sus planchas. Ayudado aquí de nombres como los de Mingjue Helen Chen o Msassyk, Kerschl continúa alzándose como uno de los mejores valores con los que DC cuenta actualmente en cartera, algo de lo que la editorial no parece darse cuenta al no poner en sus manos alguna de las cabeceras principales, esas que son dibujadas por artistas que no le llegan a la altura del betún al canadiense. Sumándose tamaño error a la enorme montaña de incomprensibles idiosincrasias de la major estadounidense, queda ‘Academia Gotham’ como testigo más que brillante de la fuerza de la narrativa del dibujante y de que, volviendo a lo que apuntaba al comienzo, «el hábito no hace al monje».