Cuando vimos Matrix no nos extrañó oír que sus directores, los hermanos Wachowski, se declarasen fans acérrimos de Ghost in the Shell. Así que hasta cierto punto, era casi de recibo que Mamoru Oshii, el director de esa obra maestra de la animación japonesa, recogiese el testigo y volviese a sorprendernos en 2001 con una ambiciosa película de imagen real donde, en realidad, nada lo es.
En Avalon, Oshii transforma la legendaria isla de la mitología celta en un videojuego ilegal de realidad virtual al que todo el mundo quiere conectarse para experimentar la emoción de luchar por su supervivencia y olvidar la monotonía de sus vidas. Ash, una solitaria combatiente que destaca particularmente en el juego, descubre un nivel secreto, un lugar del que no hay garantía de retorno al mundo real.
Pero no os equivoquéis; las coincidencias con Matrix acaban antes de empezar. Lo que aquí encontramos es algo completamente diferente tanto visual como argumentalmente hablando. Para extendernos en lo primero parece muy apropiado citar las palabras con las que su autor definió la película: «no es anime pero aun menos es simple imagen real». Las imágenes que Oshii filmó fueron tratadas como mera materia prima dentro del proceso de la dirección de animación que gracias a la intensiva utilización de técnicas digitales (cortesía del Digital Engine Laboratory, Omnibus Japan y el programa Domino) nos permite disfrutar de algo que se encuentra pendiente entre dos mundos, el de la animación y la imagen real… ¿será casual el paralelismo de esto con el tema que propone la historia? Tratándose de Oshii, lo dudo mucho.