¿Habéis pasado ya por taquilla para ver la sexta entrega de las desventuras de Harry Potter y sus amigos? ¿Leísteis en su día el libro de J.K. Rowling en que se basa? Pues debéis de ser los únicos, y es que estaréis de acuerdo conmigo en que el británico David Yates, director de la cinta, debió de andar demasiado ocupado como para molestarse en hacerlo. Puede que exagere, puede que sean cosas mías, pero el miércoles salí del cine con la sensación de que Yates odia a los fans de la saga. Solo así me explico los motivos que le pudieron llevar a cercenar algunos de los pasajes más intensos del libro para convertirlos en… eso.
Siempre he entendido las adaptaciones, sean del tipo que sean, como traducciones a otro lenguaje. Lo importante no es que se repitan las mismas frases de forma literal, sino que el fondo, lo que estas querían transmitir, permanezca inalterado en el camino de un medio a otro. Yates no solo parece haber olvidado esto sino que se confirma como el peor director de la saga después de que Chris Columbus, Alfonso Cuarón y Mike Newell dejasen el pabellón bastante, pero bastante, más alto.
La trama de la película deja en un segundo plano los horrocruxes o el mismísimo misterio del príncipe que le da nombre para centrarse por completo en los romances de los alumnos de Hogwarts, haciendo que la historia avance a un ritmo desastroso entre broma y broma. Más grave aún, algunos de los momentos más importantes del libro han sido privados de toda emoción (la muerte de cierto personaje) o directamente eliminados (el funeral del mismo) repercutiendo en el tono del desenlace, acompañado más por los bostezos que por las lágrimas.