Si el discurso ecologista es el mayor denominador común de la obra de Hayao Miyazaki, la crítica social es el de Isao Takahata y con ‘Mis vecinos los Yamada’ (Hohokekyo Tonari no Yamada-kun, 1999) el director vuelve a abordar su visión de la sociedad japonesa distanciándose esta vez del estilo realista de sus obras clave para optar por sencillas acuarelas en movimiento que centran toda la atención en el fondo en lugar de la forma.
Basada en las tiras cómicas de Hisachi Ishii, la película sigue una estructura dividida en pequeñas historias que enfatizan su origen y en las que conocemos el día a día de la típica familia japonesa de clase media. Los Yamada, integrados por Takashi y Matsuko (el padre y la madre), Noboru y Nonoko (el hijo y la hija), Shige (la abuela) y Pochi (el perro de la familia), son el medio para tratar cuestiones como las relaciones entre padres e hijos, esposos, suegros, sus frutraciones y anhelos, pero sobre todo, el amor y el cariño por encima de los defectos y dificultades.
A medio camino entre Shin Chan y Mafalda, los Yamada ofrecen un retrato muy creíble del entorno familiar que traspasa las fronteras culturales. Desgraciadamente, sin un hilo que enlace las diferentes historias, la película avanza dando tumbos entre lo divertido y lo aburrido, lo entrañable y lo intrascendente, fallando a la hora de mantener el interés del espectador y dejando un sabor de boca bastante irregular. Solo recomendable para los fans más a acérrimos de Takahata o aquellos que no quieran dejar un hueco en la filmografía del estudio (como es mi caso).