Aldea es un pequeño pueblo aislado en donde las leyendas populares y los miedos de anataño parecen cobrar vida. Por sus calles sin asfaltar, y entre sus añejas casas de piedra, los niños juegan y dan rienda a su fantasía, rodeados por peculiares personajes como el criado Narizón y por los ancianos que les cuentan historias aterradoras sobre el monstruo que vive en el pozo frente a la Torre del Loco.
Entre estos niños se encuentran la joven Artemisa y su hermano pequeño. La muchacha está fascinada por la luna, y una noche deciden salir al bosque para verla mejor. Un encontronazo con la banda liderada por el gamberro de Rufo terminará desembocando en una de esas situaciones crueles y tristes que a veces salpican los cuentos de hadas; un acontecimiento que cambiará desde entonces la vida de estos personajes.
Pero es mejor no ahondar más en la trama y esperar a descubrirla por uno mismo. No son, sin embargo, unos continuos giros en el guión los que nos mantendrán aferrados a la lectura, sino principalmente la evolución de sus protagonistas y la aparición de nuevos personajes secundarios que en más de una ocasión nos harán sentirnos como si estuviéramos en el mágico Macondo que plasmó García Márquez en las páginas de ‘Cien años de soledad’.