Vivimos en un mundo gigantesco y variado. Obviedad, lo sé, tanto como que nuestra mirada sobre él, minúscula y constreñida a patrones de pensamiento condicionados por nuestros años de existencia, no es capaz ni siquiera de empezar a rayar en la vasta superficie que la complejidad de la raza humana puede abarcar. Lo que dicha imposibilidad provoca, entre otras cosas, es que la natural capacidad para la empatía de nuestra especie sea sustituida por una actitud de furibunda crítica hacia el otro, ese otro que no comprendemos —y muchas veces no respetamos— porque resulta demasiado trabajoso ponernos por un momento en su pellejo, intentar asumir desde fuera cuáles son las circunstancias que han rodeado su vida y qué le ha llevado a comportarse como lo hace.
En contacto directo durante muchos años con adolescentes de un rango bastante amplio de edad, siempre me resultaba alarmante lo pronto que las nuevas generaciones comienzan a llevar a efecto esa falta de empatía, apartando a los elementos foráneos a lo que la masa considera «normal» y haciendo de ellos «bichos raros» relegados inevitablemente al ostracismo. Tales conductas, fácilmente detectables pero difícilmente resolubles a no ser que se atajen desde la educación familiar —comienzo, fin y nexo fundamental de muchos de los males que aquejan a nuestra sociedad—, son las que concurren en la generación de los acosos escolares, de los problemas de aceptación del yo como algo precioso y diferente a todos los demás «yo» y, suponemos, son las que, unidas a idiosincrasias completamente chocantes a la mirada de un occidental, se encuentran detrás de la fragilidad que Kabi Nagata recoge en las descarnadas páginas que conforman ‘Mi experiencia lesbiana con la soledad’.
Huelga decir que toda la perorata anterior no es más que una simplificación bastante «cogida con pinzas» —y os pido disculpas si poco reflexionada— de una intrincada casuística de la que Nagata es una gota en inmenso mar. Una gota, sí, pero una bastante representativa que, aislada de esas ciertas circunstancias propias a la cultura japonesa que se hacen de difícil asimilación por parte de alguien de este lado del mundo, bien podría servir de acicate y ejemplo a cualquier joven que se acerque a ella: narrado con desnuda honestidad, el repaso que Nagata hace aquí a una etapa de su vida en la que tuvo que rendirse a la evidencia de ser lesbiana al mismo tiempo que trataba de copar con la dejadez con la que castigaba su cuerpo, queda recogido en unas páginas que lidian con tales asuntos mediante una agradable sencillez gráfica orientada, no cabe duda, a restar peso a la gravedad que lo arropa todo. Universal y localista, amarga y dulce, tierna y dura, ‘Mi experiencia lesbiana con la soledad’ es una muestra más, y una bastante brillante, de la capacidad de la viñeta para exorcizar demonios, sean de la calaña que sean.
Mi experiencia lesbiana con la soledad
- Autores: Kabi Nagata
- Editorial: Fandogamia
- Encuadernación: Rústica con sobrecubiertas
- Páginas: 120 páginas
- Precio: 11,40 euros en