Corría el mes de junio de 2008 cuando, un día como otro cualquiera, hablando con mi compañero Mario por teléfono, le planteé la posibilidad de montar un blog en el que escribiéramos sobre esa ferviente pasión compartida que eran los tebeos. Entusiasmados con la idea de poder verter sobre el papel virtual aquello que pensábamos de todo lo que pasaba por nuestras manos, que no era poco, ambos paríamos con ilusión ‘Lecturas reCOMICdadas’, un espacio que se mantuvo «abierto» durante poco más de dos años y en el que llegamos a hablar de casi setecientos cómics diferentes, no sólo Mario y servidor, sino algún insensato más que se sumó a la aventura.
Abandonado por lo gravoso de tener que escribir de manera simultánea para el blog y para el difunto ‘El Correo de Andalucía’ —periódico del que fui redactor durante tres años—, nuestro antigua «criatura» sirve hoy para rescatar las líneas que le dediqué, hace casi una década, a ‘La princesa caballero’, unas líneas que pensaba habrían quedado obsoletas pero que, curiosamente, ante la relectura del volumen integral publicado por Planeta, siguen guardando completa vigencia. Corregidas levemente para la ocasión, con ellas os dejo.
«Choppy y la Princesa son buenos amigos. Choppy la defiende de sus enemigos».
Si hace veinte años me hubieran dicho que iba a terminar escribiendo una reseña sobre una de las series de «dibujitos» más ñoñas de la época, me habría reído en la cara de quien afirmara aquello. Amante irredento de todo lo que signifique animación, incluso en aquellos años tenía mis límites y la serie sobre una princesa con dos corazones me superaba con mucho —y os lo dice alguien que vio ‘Candy, Candy’ enterita….y lloró a moco tendido con la muerte de Anthony…no, en serio—.
Saltemos eso, unos veinte años, y situémonos en una visita a casa de mi amigo Paco en Madrid. Sin saber que en los últimos tiempos le había dado por coleccionar cómics, y más concretamente, la obra de Tezuka, me sorprendió encontrar en sus estanterías ‘La Princesa Caballero’. Pero claro, cómo iba a saber yo, poco ducho en la obra del Kamisama No Manga, que las aventuras de Zafiro y Tink —pues así se llaman los personajes originales— eran creación suya.
El caso es que unos meses después, y tras las lecturas poco gratificantes de sus primeras obras, decidí que, qué demonios, le daría una opción a ‘La Princesa Caballero’. Y lo cierto es que, sin esperar demasiado —casi nada, me aventuraría a decir— la lectura de este «proto-shojo» me ha sorprendido gratamente. A ver, que nadie se lleve a engaño. En esencia, ‘La Princesa Caballero’ no es más adulta que las obras previas de Tezuka. De hecho, ser el primer shojo lo aleja del gusto por la ciencia ficción demostrado por ‘Metrópolis’ o ‘Next World’ y, por lo tanto, de mis filias. ¿Porqué me ha gustado entonces?, estarán preguntándose.
A decir verdad, no tengo la menor idea. Quizás sea porque, de todo lo que hemos comentado hasta ahora, ‘La Princesa Caballero’ sea la que más deje notar las sempiternas influencias «disneyanas» —sobre todo de ‘Blancanieves’ y ‘Cenicienta’—. Pero quizás también porque subyacen otras influencias más sutiles como la obra de Shakespeare, la versión de los hermanos Grimm del cuento popular La Bella Durmiente, el ballet del Lago de los Cisnes del gran Tchaikovsky, o el espíritu de los relatos de caballería o piratería tan comunes en la literatura de aventuras. Aunque parezca imposible, Tezuka incluye dosis de todas ellas —y algunas más— en el relato de las aventuras y desventuras —más estas últimas— de Zafiro mientras intenta encontrar su gran amor y definirse por uno de los dos sexos que habitan en ella.
Si argumentalmente esta es la obra más Disney de Tezuka hasta la fecha, la parte gráfica no se queda atrás, por más que el artista innove sobre el tejido del manga con la introducción de los fondos floridos o los enormes ojos de los protagonistas —algo que terminará siendo marca de registro de los shojo—: desde el diseño de Tink, sacado directamente de los querubines de la Pastoral de ‘Fantasía’, hasta el de la bruja Hell, la pérfida villana de la trama, la notable influencia de los estudios de animación es tremendamente obvia.
Aunque cuente con casi setecientas páginas para su tranquilo desarrollo, lo atribulado de todo el final hace pensar que quizás Tezuka no tuviera clara la conclusión de su obra —cogida con alfileres— hasta poco antes de terminarla. Esto no quita para que en la inmensa mayoría de su recorrido no podamos disfrutar de una obra pionera en su género que, ante todo, es tremendamente entretenida.
La tumba de los Champignac
- Autores: Fabrice Tarrin & Yann
- Editorial: Dibbuks
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 64 páginas
- Precio: 15,20 euros en