¡Que levanten la mano quienes no hayan visto Akira! Los que la hayáis levantado, pinchad aquí, que encontraréis un material más acorde con vuestros gustos la tortura que merecéis. Ahora en serio, este año los amantes del manga, el anime y la ciencia-ficción en general conmemoramos el 20º aniversario de la adaptación animada de la inmortal obra de Katsuhiro Otomo, que dibujó y guionizó el manga original entre 1982 y 1991.
Cuando la historia de Kaneda y Tetsuo llegó a nuestro país, nuestro contacto con la artillería japo se limitaba a Heidi, Mazinger Z y a los primeros balbuceos de Dragon Ball, que posteriormente supondría un hito incluso mayor. La llegada de Akira me pilló bastante cani, y de aquel primer visionado casual apenas se me quedó grabada la escena del peluche gigante que ocurre durante una de las sesiones de paranoia de Tetsuo. Posteriormente, he podido apreciar mejor el encanto y la profundidad de su enrevesada trama y la estética decadente y post-apocalíptica de sus personajes y escenarios.
Akira supuso una revolución por varias razones. En primer lugar, por desterrar de una vez por todas el tópico de que el cómic y la animación solo son aptos para el público infantil. En segundo lugar, por proseguir y renovar la corriente cyberpunk que afloró en los 80 tanto en la literatura (Neuromante, de William Gibson) como en el cine (Blade Runner, de Ridley Scott). Con la premisa de un mundo devastado por los conflictos nucleares, Otomo se sacó de la manga a un grupo de jóvenes que tratan de superar las adversidades en la distópica ciudad de Neo Tokio en la que la moralidad y los valores están de más.
Kaneda y compañía se convierten en los antihéroes de un mundo que viaja a la deriva, en el que la vida humana no vale nada, especialmente cuando puede utilizarse como conejillo de indias. Tetsuo será la principal víctima de esta situación, aunque cuando descubra su potencial se convertirá en el verdugo de esta sociedad vacía. Las escenas finales, cuando su locura se desata y su cuerpo se hincha, son de esas que no se olvidan por muchos años que pasen.
Aprovechando el aniversario, no sólo vale la pena pegarle un nuevo visionado a la peli, sino volver sobre las páginas del manga de Otomo. En España podemos encontrar la edición original japonesa en blanco y negro y la adaptada de la versión yanqui, con el coloreado digital. Si bien esta última no supone un sacrilegio, afortunadamente, yo me vuelco sin duda por la primera. Las tintas de Otomo tienen una fuerza increíble, y el coloreado no me parece más que un parche a una obra que ya de por sí era perfecta.
Posteriormente, Otomo siguió produciendo obras de enorme calidad, tanto en manga (Pesadillas) como en animación (Memorias). Todas sus historias navegan por mundos crueles e imaginarios que siempre, irremediablemente, nos devuelven de un plumazo a la realidad para que reflexionemos sobre ella.
Actualización: Visto lo visto hemos cambiado el principio del artículo para esquivar el tema político y entrar de ello en algo que sin duda herirá otro tipo de sensibilidades. Ouchh.
Vía | Público
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