La componente visual de ‘daytripper’ es simplemente maravillosa: si esa tridimensionalidad de la que hablaba antes se consigue de la manera que se consigue es porque el mundo que crean Bá y Moon es creíble hasta en el último detalle, y la vida que contiene, y los personajes que lo habitan nos hablan una y otra vez del compromiso de ambos autores para con esta superlativa creación. De hecho, si hay algo que un par de las veces que me he acercado a ella para simplemente mirar las páginas es que he podido apreciar—y es algo que os recomiendo encarecidamente hacer— la facilidad con la que, absorbidos por la historia, damos por hecho, tras pocas páginas, que el mundo que rodea a Brás es tan real como él. Y eso no hace sino hablar, y de qué manera, del compromiso de los autores por configurar algo único y rico.
Esa misma vida, como decimos, es la que se invierte en los personajes y en especial, por supuesto, en un protagonista al que sólo tenemos la opción de conocer durante diez capítulos pareciendo, a la finalización de todos ellos, que hemos asistido a algo que sólo los mejores textos de la historia de la literatura han llegado a lograr. La exploración del mundo a través de los ojos de Brás al recorrer su vida consigue que, de la misma manera que la sensación general sobre ‘daytripper’ es esa huida del cliché que avanzaba más arriba, podamos sentir de manera intensa y cargada de propósito, que no nos han presentado a un personaje de tres al cuarto construido, a lo monstruo de Frankenstein, con retales de aquí y de allá. No. Brás es una persona tan real como pudiera llegar a serlo cualquier artificio de ficción trabajado desde el cariño y la voluntad de sentirse Dios por un momento insuflando vida a esa materia muerta que es el papel y la tinta.