Famosa y bien conocida por todos es la expresión de que «todo comenzó con un ratón». Con EL RATÓN, de hecho. Pero no sé si coincidiréis conmigo en considerar que, hoy en día, para los seguidores de Disney de cierta edad, Mickey Mouse es mas un icono cultural que un personaje con todas las de la ley. Su alegre rostro nos trae a la memoria, en volandas de una carga considerable de nostalgia, los Don Miki de cuando éramos pequeños o, en mi caso, aquella «maquinita» de Nintendo en la que, casco y uniforme de bombero en ristre, Mickey tenía que salvar a los que, presas del pánico, se tiraban de un edificio en llamas. Instantes fundamentales de nuestra infancia, sí, pero de mano de un personaje que parecía condenado a repetir ciertos esquemas de bien contra el mal en historias que no llevaban a nada. De hecho, es muy probable que si preguntáis a los fans de las viñetas Disney quién es su personaje favorito en la página impresa, os contesten, sin pensarlo mucho, «¡Donald!». ¡Leches! ¡Si hasta yo respondería de esa manera!
Y es que, comparado con esa personalidad cortante y gruñona del pato de la compañía y de su tío Gilito tal y como los describieron las hábiles manos de Carl Barks, primero, y Don Rosa, después, en sus brillantes etapas al frente de las vidas ficticias de la familia Duck, el Mickey Mouse que creemos conocer como un confiable agente del bien y celebridad más que reconocible, es demasiado básico y predecible. ¿O me equivoco al afirmar que tenéis al ratón en la misma consideración que a su ininteligible amigo emplumado?.
Ahora bien, ¿es ese Mickey que todos creemos conocer el único Mickey? Mucho antes de que el pato Donald fuera el Donald de Barks y Rosa, un Mickey muy diferente era la estrella más importante y reluciente de los cómics que salían de la factoría Disney. Esa versión temprana del personaje, como aquella que después ha terminado convirtiéndose en el icono más reconocible de la cultura popular del siglo XX, se lanzaba a luchas contra el crimen, pero su personalidad era más cercana a la de Sherlock Holmes que a la del dicharachero y despreocupado roedor que tenemos en nuestra cabeza. De hecho, fue ese un Mickey de carácter y carisma, tan positivo en ocasiones como cínico en otras, tan inquisitivo y aventurero como osado, altruista y divertido. Un Mickey que, como podréis imaginar, se debió al trabajo de un artista cuyo nombre está grabado con letras de oro en la historia de la compañía, Floyd Gottfredson.
Después de una infancia difícil, y de haber perdido movilidad en una muñeca y tener que aprender a utilizar la mano a través de mover el brazo, Gottfredson entró en contacto con Walt Disney al trasladarse a Los Ángeles y tratar de convertirse en dibujante de las tiras de prensa de la compañía. Pero en 1929, el creador de Mickey tenía artistas de sobra, y la oportunidad de poder acceder a su sueño no le llegaría al dibujante hasta enero de 1930, cuando el legendario Ub Iwerks y el dibujante de la tira de por aquél entonces, Win Smith, abandonaran sucesivamente su trabajo. Disney le ofreció entonces a Gottfredson un puesto de unas semanas mientras encontraba otro talento que poner al frente de las aventuras de Mickey. Las semanas se convirtieron en décadas —cuatro décadas y media, para ser precisos— y Gottfredson, en leyenda.
Una leyenda que, por fin, tras una espera considerable, podemos disfrutar en la edición en castellano de los 12 volúmenes que Fantagraphics Books publicara entre 2011 y 2018 en Estados Unidos y que Planeta Cómic reproduce de manera fidedigna, respetando de portada a contraportada el extraordinario trabajo realizado por sus colegas yanquis y que nos permite asomarnos, ya en este primer tomo, a una primera aventura prolongada que sentará la bases de lo que podremos encontrar en las tiras de Mickey: y es que esa ‘Carrera hacia el valle de la muerte’ es un perfecto escaparate, por mucho que sea el más temprano de todos, del tono que Gottfredson imprimirá al personaje nada más hacerse con él y de la técnica de dibujo que perfeccionará hasta cotas impredecibles. Walt Disney ya había establecido al ratón como un aventurero metomentodo al comienzo de esta historia, pero fue Gottfredson el que, abundando en la personalidad inquieta y tremendamente resolutiva del ratón, que tiene claro qué y a quién defender y lo qué ha de hacer para lograrlo, el que establecerá al personaje de manera definitiva.
A este establecimiento ayudará sobremanera, como decimos, la técnica de dibujo de Gottfredson: dinámica y dulce, atenta al detalle en todo momento y de una lucidez narrativa asombrosa y una gestión de recursos sorprendente, lo que el artista será capaz de conjurar bajo el auspicio del limitante juego horizontal de viñetas sólo es superado por la constante evolución que observamos en un trazo que no hace sino depurarse de manera obsesiva conforme transcurren los años. No sabemos si, a lo largo del tiempo que Planeta invierta en publicar los doce volúmenes —catorce si contamos las tiras dominicales a color— estaremos ahí en cada ocasión para traeros impresiones más concretas sobre cada uno de ellos, así que, por si no lo hiciéramos, vaya por delante como conclusión final de este artículo que lo que aquí encontraréis es una GOZADA SUPERLATIVA y que flaco favor estaríais haciendo a vuestra tebeoteca si no incorporáis tan fundamental material a sus estanterías. Dicho queda.
Mickey Mouse de Floyd Gottfredson vol.1
- Autores: Floyd Gottfredson
- Editorial: Planeta Cómic
- Encuadernación:Cartoné
- Páginas: 296 páginas
- Precio: 50 euros
- Gottfredson, Floyd (Author)