La influencia de ‘Marvels‘, fuera y dentro de los confines de la Casa de las Ideas, es algo que tardaríamos en medir y que, aún efectuando un análisis a conciencia de lo que la propuesta de Kurt Busiek y Alex Ross llegó a marcar cierta corriente posterior dentro del tebeo de superhéroes, probablemente dejaría fuera muchos flecos y apreciaciones de esas que dejaremos a los expertos —a ver, que no es que no nos consideremos, hasta cierto punto, expertos en esto de los cómics, es que, con toda humildad, somos plenamente conscientes de que hay mucha gente por la red que más centrada que lo mucho que aquí abarcamos, controla infinitamente más de parcelas acotadas como la que estamos planteando. Sea como fuere, y siempre bajo la razón del puro negocio —nunca perdamos de vista que esto, a parte de arte, es «business»— la maquinaria de Marvel no tardó en tratar de dar continuidad a cuatro prestigios que, a día de hoy, siguen siendo quintaesencia de la mejor versión de la editorial. Poco importaba que ni Busiek ni Ross fueran a estar implicados en la extensión de su mirada realista y cargada de nostalgia hacia los acontecimientos fundamentales de la historia del Universo Marvel, la editorial tenía claro que había que exprimir un poco más a esta particular gallina de los huevos de oro y se tenía que hacer fuera como fuese.
Y así es como se hizo…de cualquier manera. Contando con un Chuck Dixon que había demostrado su valía para los ambientes urbanos en la muy recordada etapa al frente del Castigador, ‘Marvels. Código de honor’ se presentaba como una crónica a pie de calle de lo que trascendió en el Universo Marvel durante los setenta y los ochenta. Y, claro está, como no había posibilidad de repetir con Phil Sheldon como ojo que observaba la época de los prodigios, Dixon echa mano de un policía —negro, para más señas en un alarde de ¿corrección política?— de Nueva York para que sea el enlace que nos lleve de acontecimiento en acontecimiento como ya lo había hecho el carismático fotógrafo. Pero hay dos pequeños escollos que, sumados, abren un abismo considerable entre ‘Marvels’ y esta trasnochada secuela.
Primero, que lo que nos presenta Dixon carece del sentido de la maravilla y el asombro con el que Busiek impregnaba la narración de ‘Marvels’ y, embadurnado todo el conjunto con un barniz oscuro y lóbrego, la empatía que sentíamos hacia Sheldon brilla aquí por su ausencia. Segundo, que allí donde Busiek integraba a la perfección los acontecimientos que jalonaban la historia del Universo Marvel, y hacía muy reconocible cada última aparición de este o aquél personaje, Dixon lo plantea todo de tal manera que, salvo por contadas ocasiones —y la única que se me viene a la cabeza son las Secret Wars— resulta de muy complicado discernimiento a qué instante concreto se está haciendo referencia.
A ambos frentes, que ya de por sí hacen considerablemente complicado disfrutar de la lectura, se une un baile de artistas que alejan cualquier atisbo de homogeneidad a unas páginas que unas veces son bastante correctas y otras huyen raudas de tal calificación. A la postre, cuando uno termina de dar cuenta del material que aquí se recoje, la sensación que queda es grisácea y algo deprimente y, para lo único que sirven estas inanes páginas es para que valoremos aún más la luz de ‘Marvels’ y, por supuesto, para que en asentar en nuestros deseos lectores el revisar cuanto antes tan brillante y ejemplar cómic.
Marvels. Código de honor
- Autores: VVAA
- Editorial:Panini
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 272 páginas
- Precio:27 euros