Durante la totalidad de los más de treinta años que este redactor lleva tomándose esto de los cómics como la afición a la que más tiempo y dinero ha dedicado, el coleccionismo aplicado a las viñetas ha ido mutando poco a poco, pasando por varios estadios bien diferentes hasta llegar al actual que, si del pasado tuviéramos que aprender, es más que probable que no sea el último escalón que uno suba antes de, en algún momento del futuro, decidir que, ya sí, aquello que resuena en mis filias lectoras ha alcanzado, por fin, la estabilidad plena. Uno de esos escalones que dejé atrás, afortunadamente, hace años, era el que, bajo un ansia acaparadora algo preocupante, había empezado queriendo tener hasta la última línea salida de las manos de Alan Davis para, más tarde, extender dicha práctica a la insalubre pretensión de hacerse con hasta el último bosquejo del dibujante que fuera que me embelesaba.
Uno de esos artistas que condicionó mis compras tebeísticas durante bastante tiempo y que, cuidado, sigue siendo de mis dibujantes favoritos de todos los tiempos, fue Frank Frazetta, el legendario ilustrador, creador de icónicas imágenes de Conan y un artista con una producción enorme que, en un momento dado de su vagar profesional, aterrizó en las páginas de ‘Li’l Abner‘. Quisieron los hados que el descubrimiento de Frazetta —o, más bien, el ser consciente de que su nombre era el que estaba detrás de obras que me llevaban fascinando desde pequeño…como el póster de ‘Tygra, hielo y fuego‘—, fuera casi coincidente en el tiempo con el momento en que Dark Horse lanzaba, hace ya veinte años, los cuatro volúmenes en que fueron recopiladas las tiras del personaje creado por Al Capp a las que puso talento el artista de Brooklyn…volúmenes que, en ese afán completista, fueron convenientemente adquiridos, leídos de pasada, almacenados en una de las estanterías de mi estudio y, años más tarde, en una de las incontables cribas que servidor ha hecho de su tebeoteca, puestos a la venta para terminar yendo a parar sólo Dios sabe dónde.
Como poco tangencial, la impresión que aquellas páginas dejaron en mi memoria tebeística fue la de haber tenido delante una radiografía de la idiosincrasia yanqui, pasada por todos los filtros que uno quisiera —el del humor primero, claro, pero también los concernientes a la parcial visión de su autor sobre lo que significa ser estadounidense—, y la de haber servido de vehículo para asentar aún más mi admiración hacia las formas de Frazetta, por mucho que, a la luz de las páginas que nos ofrece Diábolo en este enorme —ENORME— primer volumen de las tiras de prensa de ‘Li’l Abner’ —diarias en blanco y negro y dominicales en color—, lo que el creador del Death Dealer llevaba a cabo en este, uno de los pilares del rincón diario de las viñetas estadounidenses durante cuarenta y tres años, no fuera más que acoplar su estilo a las directrices de Al Capp, sin lugar a dudas una de las tres figuras más relevantes del medio durante buena parte del siglo XX y un artista que, controvertido como pocos —dejamos a quien tenga la fortuna de hacerse con este enorme libro el dar buena cuenta de la exhaustiva mirada biográfica que se lleva a cabo en las muchas páginas previas al cómic en sí—, marcó profunda huella en el hacer de muchos coetáneos….y muchos de los nombres que le seguirían en el medio, pudiéndose rastrear la influencia de sus formas a todo lo largo y ancho del noveno arte…en Estados Unidos, claro está.
Dejando pues de lado cualquier apreciación, positiva o negativa, ya hacia los claros de la personalidad de Capp como de los varios oscuros en los que el autor incurriría a lo largo de su vida, dos son las cuestiones que hemos de dirimir en las líneas que nos quedan. Una, de qué diantres va ‘Li’l Abner’. Dos, si vale la pena el considerable desembolso que suponen las casi 300 páginas del libro publicado por Diábolo. Contestaremos primero a la última con un SÍ, matizado, cuidado, por dos aspectos. El primero es que, si sois coleccionistas, «picar» con este primer volumen de ‘Li’l Abner’ es condenarnos a desembolsar la insigne cantidad de más 1.300€ si la editorial española cumple con publicar los 22 volúmenes que harían falta para abarcar las cuatro décadas y tres años que comentábamos en el párrafo anterior —eso considerando, claro, que mantuvieran el precio a lo largo de los años. Una onerosa cifra a la que, suponemos, habría que sumar otra aún más significativa: si suponemos que se publican dos volúmenes al año, estaríamos hablando de más de una década hasta que Diábolo complete esta titánica tarea. Si la cadencia es menor, haced las cuentas de cuánto tardaréis en completar la serie y, por supuesto, si ésta es merecedora de tan considerable acopio de paciencia —y espacio, que son de esos libros que, por su tamaño, no caben en cualquier estantería modular— por vuestra parte.
Revelada nuestra opinión con respecto a si es ‘Li’l Abner’ un material que merezca la pena tener en la tebeoteca, hora es ya de centrarnos en responder a la cuestión de aquello en torno a lo que gira la legendaria tira de prensa. Una tira que irá evolucionando considerablemente durante las décadas que aparezca en los rotativos de Estados Unidos, incorporando personajes —el más llamativo de todos, no cabe duda, el famoso Shmoo— y adaptándose, en la medida que Capp quiera, a los muy diferentes tiempos por los que su país vaya transitando desde la época del arranque, posterior al crack del 29 y a poca distancia del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, hasta esos años 70 marcados a fuego por la guerra de Vietnam: navegando por todos ellos tendremos a ese paleto tierno e inocente que es Li’l Abner, un hillbillie de manual salido de la «América profunda» que, nada más comenzar el libro, veremos transplantado a la jungla neoyorquina en un recurso utilizado hasta la saciedad en tiempos posteriores a uno y otro lado del Atlántico —¿o es que nadie recuerda a Alfredo Landa buscándose la vida en Alemania?— e inmerso en mil y una situaciones en las que la presencia de las féminas en general, y de una fémina en particular, resultará constante, convirtiéndose el inevitable enlace entre el protagonista y Daisy Mae Yokum en un acontecimiento de repercusión mediática sin par en la vida estadounidense…y no es para menos, que la rubia voluptuosa y descalza tardó la friolera de dieciocho años en derretir el corazoncito de Abner.
A nosotros tardarán mucho menos en ganarnos la pareja protagonista, los padres del primero, y toda la extensa cohorte de secundarios que, año tras año, irá completando una galería de inolvidables personajes que encuentran en las redondeces visuales de Capp el mejor escaparate para conseguir conquistarnos tras breves páginas: de resonancias «eisnerianas», el punto de partida del artista se sitúa ya en una posición de considerable solidez comparado, si así quisiéramos hacerlo, con los comienzos de un Will Eisner que, tanto en las historias previas al arranque de ‘The Spirit‘, como en todo el tramo inicial de su legendario personaje, sufrirá una evolución mucho más ostentosa que la que veremos, y aún así la veremos, en Capp y en su muy temprano dominio de la caracterización de personajes, de la expresividad de los mismos y del tempo de los gags. Habría mucho que decir con respecto a éstos y en relación a lo muy, pero que muy divertida que es ‘Li’l Abner’. Bien es cierto que en la traducción al castellano se pierden muchos de los chistes inherentes a la forma en la que Capp hacía hablar a sus protagonistas con modismos propios del inglés más «castizo», pero tenemos que alabar la magnífica traducción que han hecho las gentes de Diábolo, conservando en la medida de lo posible la jocosa personalidad de las inflexiones en el lenguaje de los Abner, los Yokum y toda la buena…y mala gente de Dogpatch, que de todo hubo en ‘Li’l Abner’.
Li’l Abner de Al Capp. 1934-1936
- Autores: Al Capp
- Editorial: Diábolo
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 280 páginas
- Precio: 59,95 euros