2013-2023. 10 AÑOS FANCUEVANDO
V. Kingdom Come

Kingdom Come

En lo que a esos momentos respecta, a esos instantes en los que ‘Kingdom Come’ accede a la inmortalidad, ahí tenemos el final del primer número —ilustración de la izquierda—, con Superman salvando el día y volando sobre la muchedumbre enardecida con dos de los nuevos vigilantes en mano, una cara de desaprobación que lo dice todo y ese Norman pensando «Ha vuelto y, Dios mío. La amenaza del armagedón no ha terminado. Sólo ha hecho empezar». Ese instante en el que, afirmando «Dije dos azucarillos», Vandal Savage le rompe el cuello con desdén a una secretaria. La horripilante secuencia en la que Lex Luthor le lava el cerebro a Billy Batson y adelanta el concepto de fake news o, en términos de comentarios de rabiosa actualidad, el Americomando gritando desde la Estatua de la Libertad que la mayor amenaza de todas son las masas de inmigrantes pidiendo la ciudadanía.

Pero por todo lo grandioso que son dichos instantes, y otros muchos que se acumulan a lo largo de la lectura —insistimos en llamar la atención sobre esas dos o tres páginas finales del tercer número…antológicas como ellas solas—, no significarían nada si la historia no lograra acertar de pleno en la Diana. Sin incurrir en destripes innecesarios —aunque, seamos francos, no creo que os estéis leyendo este enorme texto si no fuera porque ya habéis dado cuenta al menos una vez de ‘Kingdom Come’—, es suficiente afirmar que el trabajo de Waid y Ross presenta una conclusión temática que es tan inusual como incitadora a la reflexión: colegiréis conmigo en que las ficciones de superhéroes giran fundamentalmente en torno al poder y su uso responsable, y la lección que tanto Superman como nosotros terminamos extrayendo de los acontecimientos que aquí se narran es que los superhombres y supermujeres sólo pueden permitirse ser paternalistas/maternalistas hasta cierto punto.

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