Un entramado que, al margen de contar con esa enorme ventaja de no depender de nada para poder ser comprendido en su totalidad —sí, hay que saber quién es quién, pero la cultura popular se ha preocupado sobremanera en hacer cercanos, al menos, al núcleo central de los héroes—, tiene entre sus méritos uno aún mayor: hacer gala de una narrativa compacta a través de la que, huyendo de la descompresión posterior a la que incontables guionistas han sometido al mundo del tebeo de superhéroes, Waid plantea una estructura que en cada número avanza imparable para cubrir el 25% de su cuota global.
Así, en el primer ejemplar se introduce el dramatis personae, se establece la premisa y la conclusión coquetea con el apocalipsis por llegar. En el segundo, se ponen en movimiento planes y los héroes eligen bando. En el tercero, unas cuantas sorpresas que nos cogen desprevenido hacen que la tensión suba considerables enteros y el caos se desata —dando paso, por cierto, a una de esas páginas impactantes que quedan grabadas en la retina y la memoria del lector. En el cuarto, la gran batalla que lleva páginas intuyéndose prorrumpe con toda su fuerza en las páginas y se toman decisiones que cambiarán el destino de los personajes. Y, por si eso fuera poco, la historia cuenta incluso con un breve epílogo que resuelve todos los interrogantes desde la tranquilidad de una conversación a tres bandas entre Clark, Bruce y Diana, dejando la puerta abierta a un futuro esperanzador. Waid y Ross dan así una clase magistral de cómo plantear una ópera superheróica auto-contenida en cuatro actos tan catártica como provocadora y que nunca, NUNCA, se siente que necesite de adornos añadidos para funcionar.