Es bien evidente que, más allá de su guionista, que hace veintiséis años ya gozaba de considerable reputación en el cosmos editorial yanqui —no tanto como el que ostenta hoy, claro, con casi tres décadas más a sus espaldas e incontables proyectos de espléndido calado en su cartera—, el principal reclamo de ‘Kingdom Come’ y, creemos, la razón fundamental por la que DC hizo tanta pompa y boato de aquellos cuatro prestigios, era Alex Ross. No en vano, el dibujante había prorrumpido en la escena del cómic estadounidense tan sólo dos años antes con el ‘Marvels‘ escrito por Kurt Busiek, sorprendiendo a propios y extraños con lo detallado y realista de sus viñetas en un tebeo que, por méritos propios, ya es un clásico en toda regla del Universo Marvel.
Todo el revuelo que se había levantado entre el fandom alrededor de aquella mirada cargada de verismo al nacimiento de la cosmología de la Casa de las Ideas —que contaba como mejor baza con su personaje central, un periodista testigo del amanecer de los héroes de la editorial— era el que, un par de años más tarde, iba a acompañar al anuncio por parte de DC de una miniserie de similares características a la de Marvel: cuatro prestigios, los mismos que ‘Marvels’, dibujados por Ross y escritos por un artesano de la casa, perfecto conocedor de los entresijos más esquivos de la continuidad del universo DC. No es que hiciera falta, claro está, por el talante de Otros Mundos del proyecto, pero es obvio que mucho de lo que ‘Kingdom Come’ termina calando en el lector es, qué duda cabe, debido al buen entendimiento y el respeto que Waid gasta hacia todo elemento del panteón de la editorial que aparece por las páginas de la historia…y no son pocos.