Y es que, para alguien que llevaba tan poco tiempo leyendo superhéroes, tener que asomarse a la continuidad ya era un problema considerable. Bien es cierto que, en aquellos tiempos pre-internet, en los que la única información acerca de la continuidad venía de quien llevara más tiempo leyendo cómics que tú, nos importaba cuatro pimientos comenzar una serie a la altura que tocara y, desde ahí, intentar ir montando en nuestra cabeza lo que fuera que había sido su recorrido hasta ese punto a la espera de poder completarlo con datos fehacientes provenientes de la futura adquisición de los ejemplares previos de la colección. Es por ello que los Otros Mundos de DC, los añorados Elseworlds —bueno, más o menos añorados, que el Black Label no deja de ser un remedo de esa antigua línea editorial—, encajaban tanto con mis tempranas filias: no necesitaban de más conocimiento que el saber quiénes eran Superman, Batman y el resto de héroes de la casa y te ofrecían una historia cerrada fuera de toda continuidad.
Tanto es así, que, más allá de toda cabecera nueva que asomaba por las estanterías de las librerías/papelerías de mi ciudad natal —y ahí la Image de los comienzos tuvo mucho que decir— los Otros Mundos publicados por Zinco fueron lecturas muy recurrentes, no tanto como lo llegaría a ser ‘Kingdom Come’, pero recurrentes a fin de cuentas cuando mi tebeoteca, en lugar de contar con los cerca de 3000 volúmenes que la conforman a día de hoy, tan sólo tenía un centenar largo y la relectura —el placer de la relectura al que tantas veces nos hemos referido—, era la forma de entretenimiento casi diario si a los cómics nos tenemos que referir.
Pero, como diría Peter David, me estoy desviando del tema, hablemos ya, como es debido, del reino por venir.