Pero aún diré más, aquella lectura, que me dejó boquiabierto por muchas razones, no fue sino la primera de muchas que, a lo largo de los años le han caído a éste, el único cómic que me he comprado hasta en 7 versiones diferentes y del que, tras haber vendido alguna de ellas, aún conservo tres: la original, la Deluxe estadounidense y una en Absolute que jamás, jamás, he tocado más allá de cuando llegó, la desprecinté, la hojeé por encima y fue a parar a la Kallax que tengo en mi estudio dedicada a dicho formato de DC —por el camino quedaron, por si a alguien le interesa, el TPB USA; la edición de Graphitti (a la que le gané un 200% cuando la vendí…cosas del coleccionismo); los prestigios originales, que adquirí años después de su aparición y una de las primeras ediciones españolas en recopilatorio, de la que me deshice cuando decidí que todo lo que tuviera yanqui…tenía que ser en inglés…historia para otro día.
Como comprenderéis, toda esta historia previa no hace sino un par de cosas. Primero, justificar haber dedicado cinco párrafos a contar una batallita —adornada con cosillas relativas a las diferentes ediciones que ha conocido el tebeo a lo largo de los años, pero batallita a fin de cuentas. Y, segundo, dejar claro la suma relevancia que, ya lo decía antes, ‘Kingdom Come’ jugó en mi pasión por los cómics. Bien es cierto que, inicialmente, fue un papel que se limitó a los cómics de superhéroes, pero hoy en día diría que es una relevancia que estableció muchos parámetros del tipo de historias que siempre han dejado más huella en este redactor.