Salvo por sus dos primeras entregas y con la única excepción posterior de la, a mi entender, espléndida adaptación/interpretación que se hizo del mítico arco argumental de Chris Claremont y John Byrne, he de confesar que el resto de los títulos que han conformado la franquicia mutante en manos de la 20th Century Fox se han movido entre lo decepcionante de la cinta firmada por Brett Ratner, lo excesivamente teatralizado de la incursión de Matthew Vaughn en las vidas de los hombres y mujeres X, el interés decreciente a paso veloz que suponía la aparición de ese muy cutre Apocalipsis al que daba vida —es un decir— Oscar Isaac o, llegados al filme que arribaba a nuestras costas el pasado viernes, lo directamente soporífero que resulta asistir a la proyección de algo tan poco inspirado, falto de originalidad y carente de entusiasmo como es esta ‘X-Men: Fénix Oscura’ (‘X-Men: Dark Phoenix’, Simon Kinberg, 2019).
De acuerdo, tras los resultados de la última entrega de la saga, y después de los dimes y diretes en torno a esta y al hecho de que su puesta en pie pareciera un intento desesperado por parte de la Fox de aprovechar los últimos alientos de la franquicia antes de que ésta volviera a su hogar natural; lo que este redactor esperaba de ‘Fénix Oscura’ no era mucho, pero creía que la misma naturaleza de mis paupérrimas expectativas sería suficiente para aceptar de buen grado lo que esta nueva incursión en el material que se trató en ‘X-Men: La decisión final’ (‘X-Men: The Last Stand’, Brett Ratner, 2006) tuviera a bien ofrecernos. Obviamente, no ha sido así.
Razones, muchas. La principal, que en dos horas de metraje no se nos ofrezca nada interesante hasta tal punto de convertir a sus 113 minutos en una mera secuencia de escenas en las que pasan cosas, sí, pero son tan irrelevantes que podrían ser sustituidas por otras cosas diferentes y el resulta seguiría siendo igualmente lamentable. Y no exagero, aunque lo parezca. La película empieza con Jean Grey recibiendo la fuerza Fénix después de que los X-Men se embarquen en una misión a todas luces suicida. Sigue con Jean haciendo alguna que otra maldad, matando a un personaje en un falso giro dramático que se ve venir a la legua y siendo captada por los cantos de sirena de otro personaje, el que interpreta Jessica Chastain, que es, sin duda, el que está metido con el mayor calzador de todo lo que hemos visto a lo largo de estos últimos veinte años en las producciones mutantes —y, sí, eso incluye a los horrores que nos legó la primera cinta de Lobezno.
Asociado al rol que desempeña Chastain durante la «trama», encontramos otros dos graves problema de los varios que rodean a ‘Fénix oscura’. Primero, que en su claro intento por apartarse de lo que se expuso en ‘La decisión final’, termine acercándose a ella de forma despreocupada en más de una ocasión. Segundo, que pretendiendo ser «super original», no caiga en la cuenta de que, con todo lo que ya se había construido previamente, no era tan complicado dejarse de vanos alardes y equivocadas búsquedas de una esquiva sorpresa y centrar los esfuerzos en haber adaptado de una vez, con todas las distancias bien entendidas que se hubieran querido interponer, esa magnífica y compleja historia que fue la saga de Fénix Oscura original, la que Claremont y Byrne pergeñaron cuando los ochenta daban sus primeras bocanadas y que hoy, casi cuarenta años más tarde, sigue siendo considerada uno de los pináculos inamovibles del mundo mutante.
Pero no. Hay que dejar la impronta y reinventar la rueda, terrenos ambos en los que Simon Kinberg se mueve como elefante en una cacharrería, ya por su poca personalidad como realizador —algo que, concedámoselo, podría atribuirse a su bisoñez en estas lides—; ya porque, seamos francos, ¿qué rueda pretende reinventarse tras seis décadas de historias en papel y dos de producciones cinematográficas? Pues eso, ninguna. Y como innovar es complicado —que no imposible, cuidado— ‘Fénix Oscura’ se dedica a mover a sus actores de acá para allá; a fingir que tiene un objetivo claro y un sendero por el que llegar a él cuando en realidad sólo está mareando la perdiz discurriendo por veredas de lo más tortuosas y a ofrecer, en definitiva, un espectáculo a medio gas en el que sólo brillan, y con una luz muy tenue, algunos de los actores e instantes puntuales de la composición que escribe Hans Zimmer para la ocasión.
A la luz de todo lo anterior, y sabiendo como ya sabemos que no entra en sus planes acelerar nada, soy de los que creen con firmeza que, en el momento en que veamos de nuevo a los mutantes en la gran pantalla, ya en manos de Marvel, lo que nos encontraremos será, por fin, algo a la altura de las circunstancias que supere sin despeinarse a los sinsabores a los que la Fox nos ha ido sometiendo con todas sus incursiones en un universo que siempre ha parecido venirles demasiado grande a los cineastas que por él han querido navegar. Bajo la esperanza de que así sea y, por supuesto, de que no tardemos mucho en tener a Xavier y sus alumnos pululando de nuevo por nuestros cines…‘Nuff said!!!!