Como amante del cine de terror, que los vericuetos por los que el género ha ido discurriendo en la última década —incluso en las dos últimas décadas— me han dicho más bien poco es tan cierto como que hay varias propuestas de las que nos han llegado en dicho periodo que se han colocado entre mis cintas favoritas de «miedo» de todos los tiempos. A la cabeza de ellas servidor colocaría tanto las dos entregas de ‘Expediente Warren’ —sobre todo la primera, una cinta capaz de acojonar al más pintado— como la nueva versión de ‘It’ (id, Andy Muschino, 2017) que New Line nos ofrecía el año pasado. Denominador común a ellas es querer devolver a las películas de terror una gran parte de la dignidad que, erosionada por todos aquellos sub-productos que no han entendido lo que significa el género, sólo hacían repetir fórmulas o extender hasta el hastío franquicias sin personalidad que tiraban de golpes de efecto y no dejaban resquicio alguno para la innovación.
Normalmente escéptico a los cantos de sirena que, alguna que otra vez cada temporada, suelen acompañar a las cintas que supuestamente se tornan en revolución del género —sin ir más lejos, ninguna de las dos que más sonaron el año pasado, ‘Déjame salir’ (‘Get Out’, Jordan Peele, 2017) y ‘Llega de noche’ (‘It Comes at Night’, Trey Edward Shults, 2017) me emocionaron especialmente—, no veía con buenos ojos previos a toda la oleada de superlativos comentarios que había acompañado a esta nueva sensación del género que, se suponía, era ‘Un lugar tranquilo’ (‘A Quiet Place’, 2018), debut en la dirección de John Krasinski —uno de los componentes de la versión estadounidense de ‘The Office’ y el próximo Jack Ryan televisivo— que gira en torno a una premisa de partida que ya hemos visto muchas veces en el cine de terror: una familia aislada en una granja que intenta sobrevivir ante la amenaza de unas criaturas asesinas. Os suena, ¿verdad?
Precisamente en utilizar un esquema inicial tan usual —no pocas son las concomitancias que el filme guarda para con, por ejemplo, ‘Señales’ (‘Signs’, M.Night Shyamalan, 2002)— y en añadirle elementos que lo conviertan en toda una experiencia distinta a cualquiera de las que vinieron antes que ella, radica parte de la grandeza que, por si el titular de la entrada no es lo suficientemente elocuente, atesora ‘Un lugar tranquilo’. Porque, dejémoslo claro, estamos ante una de las cinco mejores cintas que este redactor ha visto en lo que llevamos de 2018, un filme que consigue lo que mucho tiempo ha no lograba ninguna cinta del género: mantenerte en tensión durante noventa prodigiosos minutos en los que llevarse la manos a la boca presa del pánico es uno de los gestos más comunes de cuántos podremos llegar a hacer.
Para ello, la propuesta de Krasinski —que también firma el guión junto con Bryan Woods y Scott Beck— es plenamente consecuente con aquello sobre lo que se sustenta el filme: si el ruido es lo que atrae a las terribles criaturas que han asolado el planeta, los protagonistas hablan siempre entre susurros incomprensibles y se valen de lenguaje de signos para comunicarse entre ellos. Consecuencia directa de tal decisión es que el sonido, tremendamente relevante en cualquier cinta en general, y de terror en particular, adquiera aquí una nueva dimensión considerando, además, el juego que da que la hija mayor del matrimonio protagonista sea sorda y, cada vez que la cámara la sigue, la película enmudezca por completo.
Recurso que es fuente de inagotables momentos de tensión, la ausencia de sonido es fuente constante de inquietud y desasosiego, tanto cómo lo son los minutos que conforman un tercer acto prodigioso. Pero antes de llegar a él, y después de un prólogo acongojante, ‘Un lugar tranquilo’ ha dejado claro que, más allá de la sencillez de su trama, lo que le interesa a Krasinski es conjurar una ambientación portentosa, llena de matices derivados, bien de los silencios y de la sutilidad que arropa a las interpretaciones del reducido elenco —formado por él mismo, una asombrosa Emily Blunt y los chavales que encarnan a sus hijos—, bien de aquellos momentos en que el sonido prorrumpe incontenible.
En este sentido es de destacar el final del segundo acto, una secuencia perfecta se la coja por donde se la coja que demuestra un inusitado bagaje por parte del actor y cineasta y que nos deja sin respiración y temblando por la tensión que se muestra en pantalla. Rubricada, como decía, por un clímax soberbio que no se somete a convencionalismos para fundir a negro donde le apetece al director y no donde dictan los cánones, quizás el único pero a la magnificencia de ‘Un lugar tranquilo’ sea la anodina partitura compuesta por Marco Beltrami, claro ejemplo de los impersonales derroteros por los que se mueve gran parte de la música de cine actual que nos hace preguntarnos qué habría sido de la cinta de haber contado con un artista de la talla de James Newton Howard, responsable de elevar el final de ‘Señales’ a la categoría de antológico. ‘Un lugar tranquilo’ no llega a tal nivel, pero se queda muy, muy cerca.