Si tuviéramos que confeccionar una lista de las películas del Universo Marvel Cinematográfico ordenadas de mejor a peor —o de peor a mejor— que no os quepa duda alguna de que tanto ‘Thor’ (id, Kenneth Branagh, 2011) como ‘Thor: El mundo oscuro’ (‘Thor: The Dark World’, Alan Taylor, 2013) estarían en la parte más baja de la tabla que conforman las 16 producciones estrenadas hasta la fecha de esta macrofranquicia que ha amasado trece mil millones de dólares con una inversión de tres mil y que, a día de hoy, es referente claro de cómo hacer cine de superhéroes. Que sí, que si así lo queremos y nos ponemos en modo muy crítico, casi todos los filmes del UMC están cortados por el mismo patrón y, salvo esas excepciones que encontraríamos en lo alto de la clasificación, la originalidad no es una cualidad que hayan sabido cultivar en sus esquemas generales.
Huelga decir que, a la vista del recorrido previo del dios del trueno en la gran pantalla, la sensación más preponderante ante esta tercera entrega dirigida por Taika Waititi era la de escepticismo total: por mucho que sus coloristas avances parecieran apuntar a un completo alejamiento de lo que Branagh y Taylor habían planteado en sus correspondientes propuestas, y que las críticas que han ido apareciendo en las dos últimas semanas se empeñaran en afirmar con mayores o menores reservas que este Thor era el que llevábamos años queriendo ver, las reservas hacia los primeros y el tomar los segundos con cautela construían una suerte de muro ante lo que fuera a encontrarme el pasado viernes con ‘Thor: Ragnarok’ (id, 2017). Un muro que, atención, el filme se encarga de echar abajo, y de qué manera, en sus cinco primeros minutos. Ahí es nada.
Ese prólogo situado en el reino de Surtur en el que el hijo de Odín se enfrenta a tan conocida némesis de los tebeos ya supera, por su épica, por la forma en la que está dirigido y por su inteligente uso del humor —una constante, ésta última, que se cultiva con suma intensidad a lo largo del metraje— a las cuatro horas de metraje que sumaban las dos cintas previas del superhéroe asgardiano, y a partir de él, al menos durante lo que resta de primer acto, ‘Thor: Ragnarok’ sigue esforzándose en que sea la sensación de estar realmente ante algo fresco y novedoso la que prime sobre otras.
Quizás la inclusión de cierto maestro de las artes místicas esté algo forzada y el resultado de su intervención podría haberse resuelto fácilmente de muchas y muy diversas maneras que no pasaran por incluirlo, pero ver a Benedict Cumberbatch es siempre una gozada —más si es en V.O, como fue el caso— y contemplar al Doctor Extraño controlando sus poderes y con una actitud de «sobrado» es una muesca genial en la insistencia de ‘Thor: Ragnarok’ por el humor. Un humor que, de forma sutil y nada forzada, acompaña a la deliciosa composición que hace Cate Blanchett de Hela, sin duda alguna el mejor personaje de la cinta y una villana carismática a manos llenas que comparte cualidades con el otro gran «villano» del universo asgardiano, un Loki —grande Tom Hiddleston…otra vez— que aquí vuelve a tener un protagonismo fundamental y que, más que nunca, hace de la ambigüedad su mayor virtud.
No abandonamos nuestras consideraciones acerca del humor que gasta ‘Thor: Ragnarok’ puesto que, llegados al extenso segundo acto —y aquí va mi única pega de envergadura para con la cinta, lo prolongado de un tramo intermedio que podría haberse acortado sin problemas— es dicha cualidad la que mejor define lo que discurre en Sakaar, el planeta en el que Thor se reencuentra con Hulk. Afortunadamente, la sinergia que el libreto Eric Pearson, Craig Kyle y Christopher Yost genera entre los dos Vengadores, la que asimismo crea entre el rubiales y Valkiria —genial la inclusión del personaje encarnado por Tessa Thompson—, y el que todo lo que discurre en ese mundo basurero regentado por el Grand Master al que da vida Jeff Goldblum esté envuelto en una comicidad nunca abusiva pero siempre presente, ayuda a que el trance de la duración se sobrelleve tan bien que, llegado el momento, sea un mal muy menor que, además, se perdona por la forma en al que Waititi remata toda la función.
Y es que si ya el prólogo nos había dejado encandilados, y el acto intermedio lo había hecho a intervalos, el clímax de ‘Thor: Ragnarok’ es de esos que corta la respiración y que, cargado de una épica que ya hubieran querido para sí cualquiera de sus antecesoras —y que deja a la altura del betún a todo el tramo final de la primera entrega y en pañales al de la segunda—, se alza como lo que siempre habíamos querido ver del dios del trueno: sin renunciar a ese humor que tantas críticas airadas sigue generando en las voces que más se oponen a la forma de Marvel de ver el cine de superhéroes, la puesta en escena de ese apocalipsis de la mitología nórdica es apabullante, que no confusa, cuidado, ya que si algo caracteriza a la espléndida labor del realizador neozelandés tras las cámaras es la claridad narrativa que impone a la acción en todo momento.
Con tamaña virtud como mejor cualidad del metraje y la música de Mark Mothersbaugh sumando enteros a la cualidad ochentera que impregna de forma indeleble a la cinta, no es sólo que ‘Thor: Ragnarok’ se aparte a velocidad de crucero de cualquiera de sus dos predecesoras es que, al hacerlo, se acerca rauda a poder considerarla como una de las mejores producciones que hasta ahora conforman el UMC. Vale que por delante suya queden las ya consabidas —ya sabéis, la primera de los Vengadores, la segunda del Capi, las dos de Guardianes y la primera de Iron Man— pero el que el dios asgardiano se las haya apañado para desempolvarse de la caspa que hasta ahora mancha su capa encarnada para colocarse en tan aventajada posición es motivo de celebración. Cualquier otra disquisición, paja para aquellos que quieran buscarle tres pies al gato y no sean capaces de aceptar que esto es cine de entretenimiento puro y duro y que, como tal, esta tercera entrega de las aventuras del personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby funciona a las MIL MARAVILLAS. Nuff’ said!!!!!