Una vez más he de comenzar un artículo referente a una producción cinematográfica haciendo referencia a los trailers, a lo mucho que pueden llegar a engañar y a cómo, en una inmensa mayoría de ocasiones, nos venden una película que no es…ni de lejos. Tomemos como ejemplo ‘The Void’ (id, Jeremy Gillespie, Steven Kostanski, 2016): si os asomáis al segundo trailer que apareció por Youtube hace algo más de un par de semanas —y que podéis encontrar aquí— la idea que os haréis de esta modesta producción canadiense de terror será probablemente muy similar a la que este redactor extrajo; el que, toda vez tuviéramos la oportunidad de verlo, nos encontraríamos con un filme dispuestos a meternos el miedo en el cuerpo gracias a ideas sacadas directamente de las peores pesadillas de H.P.Lovecraft, recogiendo así, o al menos eso cabía pensar, el testigo de John Carpenter y su excelsa ‘En la boca del miedo’ (‘In the Mouth of Madness’, John Carpenter, 1994). Nada más lejos de la realidad.
El referente de la cinta protagonizada por Sam Neill está ahí, pero no se hace nada con él. De la misma manera que tampoco se utiliza como debiere lo mucho que la cinta mira, tanto a las formas del cine de terror de los años ochenta como, en particular, a ese festival de hemoglobina, casquería y «mal rollo» que fueron ‘Hellraiser: los que traen el infierno’ (‘Hellraiser’, Clive Barker, 1987) y su espléndida continuación, ‘Hellbound: Hellraiser II’ (id, Tony Randel, 1988). Con tales puntos de partida, cabría pensar a priori que ese esfuerzo de homenaje consciente al cine de género de hace dos-tres décadas es suficiente para sostener los escuetos noventa minutos de proyección, pero no es así, y el enmarañado y torpe libreto que los enhebra, pone continuados traspiés al respetable hasta conseguir sacarlo a empellones y que éste termine bufando exasperado deseando que el (lamentable) espectáculo llegue a su fin.
Curiosamente, ‘The Void’ no arranca mal, y el escenario rural con ese hospital aislado y arrasado por un incendio que sirve de telón de fondo son parámetros que, aunque vistos hasta la saciedad, logran suscitar el interés del público en unos primeros instantes en los que la cinta se desenvuelve con cierta soltura, suscitando nuestra curiosidad con la aparición de esos encapuchados blancos que sitian a los protagonistas y el desconocimiento de hacia dónde se dirige la función. Pero dicho interés se extingue rápidamente cuando comenzamos a observar las paupérrimas formas que detentan actores —a algunos de ellos les quedaría grande el término amateur—, las ramplonas maneras en las que la pareja de cineastas «menean» la cámara de aquí para allá, el destrozo que hace de numerosas secuencias una lamentable labor de edición, lo innecesariamente estruendoso del sonido en no pocos instantes o, por supuesto, un guión laxo, que intenta instilar el terror por indefinición sin darse cuenta de que, a la postre, ese es el término que mejor cualifica al conjunto: INDEFINIDO.
Por muy atractivas y estimulantes que puedan resultar ciertas ideas y por mucho que uno quiera completar las mismas con su cosecha, apuntalando aquí y allá las vaguedades del libreto, llega un momento en que ‘The Void’ se cae por sí sola y comienza a hundirse en la miseria: hay una ostensible diferencia en no explicar las cosas porque todo se sostenga en unos mimbres sólidos, y no explicarlas en un alarde de pretender que seamos nosotros, los que nos sentamos al otro lado de la pantalla, los que tengamos que suponer lo que sucede en la cinta sin material suficiente como para afirmar que dichas suposiciones tienen una base sólida y no son elucubraciones carentes de fundamento de principio a fin.
Con la clara sensación de estar en esa segunda «onda», y lo exasperante que se vuelve todo el conjunto trascendido el prometedor tramo inicial, los noventa minutos de ‘The Void’, como decía antes, comienzan a eternizarse hacia un final que, con más intensidad aún que el resto de la proyección, se hace fuerte en tirar de imágenes impactantes carentes por completo de cualquier contenido, dejándonos en el intento la clarísima sensación de haber asistido a una broma sin gracia de la que lo poco que se puede salvar son un par de ideas mal contadas y un trailer cuyos dos minutos, visto lo visto, habrían sido más que suficiente toma de contacto con tan olvidable producto.