Esta vez vamos a hacerlo bien. Vamos a volver a los comienzos. Vamos a ignorar todo aquello que nunca terminó de funcionar o que, directamente, funcionó mal. Vamos a traer de vuelta a los dos personajes principales —bueno, a uno, que el otro ya estuvo en la última—. Vamos a contar con el principal propulsor de la franquicia. Vamos a tener a un director que lo haya «petado» recientemente y, sobre todo, vamos a dejar muy claro que, en esa idea de ignorar las disfuncionalidades de la saga, esta es directa secuela de la segunda parte, esa que se convirtió en película más taquillera de la historia y que revolucionó el mundo de los efectos visuales digitales. Lo vamos a conseguir. Vamos a ofrecer una producción de la que el público salga completamente satisfecho. Somos buenos. Somos muy buenos.
Y sí, quizás como discurso motivacional toda esa suerte de espléndidas intenciones funcione sobre el papel y haya ayudado a la Fox a tirar para adelante con ‘Terminator: destino oscuro’ (‘Terminator: Dark Fate’, Tim Miller, 2019). Pero, lamentablemente, LAMENTABLEMENTE, en esas ganas de que la franquicia renaciera de los escoldos en los que la dejó la muy, pero que muy olvidable ‘Terminator: Genésis’ (‘Terminator Genysis’, Alan Taylor, 2015), y como quiera que, seamos francos, la cosa no da para más, los responsables de esta sexta entrega de la saga, optan por recurrir a un soft-reboot de ‘Terminator: Juicio final’ (‘Terminator. Judgment Day’, James Cameron, 1992) y, bajo esa premisa, dejan de lado tratar de innovar, ofreciendo un espectáculo que se basa en la acumulación de set-pieces cada vez más alocadas sin que en el sustrato que las une haya un guión que valga la pena recordar.
De hecho, quizás lo peor que se pueda afirmar sobre este regreso de Sarah Connor y el T-800 es que es tremendamente olvidable hasta tales niveles de desinterés que, adivinando las intenciones de que esto sea el arranque de una nueva ¿trilogía? —porque, ya lo sabemos todos, hoy en día nadie apuesta por un filme de alto presupuesto si no es porque confía en que sea el arranque de una saga o, como es el caso, la perpetuación de una existente—, uno no puede más que esbozar bostezo tras bostezo de aburrimiento cuando logra anticiparse de manera precisa y sin ningún esfuerzo a todo. a TODO, lo que el discurrir de las dos horas de metraje es capaz de ofrecer. Hasta tan flagrantes extremos de previsibilidad llega en ciertos momentos la historia, que afirmar que la cinta no atesora ningún instante de auténtica sorpresa es tan obligado como negar con la cabeza en señal de desaprobación cuando hay que tragarse las justificaciones que se usan para la premisa de partida.
Ésta, que se va construyendo de manera paulatina como si lo que James Cameron, David Goyer y las otro ocho manos que han metido las ídem en el libreto plantean, tuviera algo que ofrecer que no se pudiera oler a la legua —insisto, no hay un puñetero giro de guión que os vaya a sorprender—, parte de un par de argumentos que no hay por donde cogerlos. De acuerdo, uno de ellos no deja de ser una somera iteración sobre los mismos esquemas que levantaron la mayoría de las entregas previas —ya he dicho que se trata de un soft-reboot y, como tal, no trata de reinventar la rueda— pero el otro, el que concierne a cómo se mete con calzador el personaje de cierto ex-gobernador de California y la forma en la que se justifica su presencia mediante un detalle que ni el fornido austríaco sería capaz de sostener sobre sus anchos hombros, es de esos que a poco que uno se obceque en no dejarlo pasar, en ignorarlo para intentar disfrutar de lo exiguo que puede ser disfrutado de la peli, termina por lastrar la función haciendo caso omiso de los cantos de sirena de la misma.
Ante esa opción, alguno podría pensar que, bueno, tampoco es que ninguna de las dos primeras entregas fuera un dechado de virtudes en lo que al guión respecta y, al menos, servía para ofrecer un espectáculo que, en lo visual, se saldaba por todo lo grande, sobre todo en la segunda cinta firmada por Cameron. Y no os faltaría razón, pero es que lo que Tim Miller lleva aquí a cabo —o lo que vemos en pantalla, que el responsable de ‘Avatar’ ya se ha apresurado en afirmar que el proceso de post-producción ha sido un «baño de sangre», dando a entender a las claras que el montaje final, en el que él ha intervenido, tiene poco o nada que ver con la visión inicial del firmante de ‘Deadpool’ (id, 2016)— es, sobre todo en algunas de las secuencias de acción, caótico, confuso y tremendamente obscuro en términos narrativos: especialmente dolorosa en este sentido es la secuencia del avión, arranque de un clímax que se mira demasiado en otros puntos cardinales de la franquicia —en especial en la instancia filmada por Jonathan Mostow—, y todo un exceso que oblitera cualquier disquisición de claridad en la exposición en aras de marear al público cuanto más, mejor.
Y con ese mareo, unido a la incómoda sensación de haber pagado la entrada para ver lo mismo que hace veintisiete años sin el empaque de entonces, sale uno de la sala pensando que hubiera sido mejor haberse ahorrado una película que tan pronto se termina se deshecha para que no ocupe en la memoria más que lo estrictamente necesario y no tengamos que torturarnos pensando la forma tan salvaje e innecesaria con la que cogen dos cintas —la primera y la segunda— y, en los pocos minutos que separan el comienzo de la aparición del título de la película, las sodomizan y las dejan tiradas en una cuneta sólo por que sí, porque para qué tomar alguna de las incontables vías que hubieran respetado como había que hacerlo a dos clásicos del cine de género que, a la vista de todo lo que ha venido después de ellos, mejor se hubieran quedado aislados y no acompañados del cenagal de mierda de espesor variable que ha supuesto una franquicia de la que, si nada cambia en el futuro, me apeo. Sayonara, Terminator. D.E.P.
Vaya! Creo que es la primera vez que veo la palabra mierda en este foro jajajjajaa. Ok. Mensaje recibido. A evitar.
Pues ya te puedes ir haciendo una idea, querido Jorge, de por dónde van los tiros con la película XD