Recuerdo aquélla tarde de principios de verano de 2002 como si fuera ayer: de no sé que oscura página de Internet, había conseguido bajarme un screener de uno de los estrenos que con más ansia esperaba de aquél año. Había comprobado que se veía lo suficientemente bien como para desechar la idea de esperar a que la cinta en cuestión se estrenara, casi dos meses después, en nuestro país. Y había quedado con uno de mis mejores amigos sevillanos —un «friki» irredento como servidor— para pasar dos horas que desde que nos habíamos levantado, parecían no llegar. La experiencia, aunque en algún momento algo borrosa, no nos defraudó, y ambos quedamos cautivados por la magia que Sam Raimi había conseguido desplegar con su primera incursión en el universo del hombre araña.
Dieciséis años después, y cinco películas de por medio, el pasado viernes se estrenaba la tercera intentona de Sony —aliada por fin con Marvel en la empresa— de sacar partido de forma más estable y longeva a una franquicia que en manos de Raimi subió de forma ostensible en su segunda parte para luego hundirse en el fango con la tercera y que, con Andrew Garfield en la piel del trepamuros, no pareció funcionar como los ejecutivos de los estudios esperaban por más que sus dos partes fueran filmes más que dignos. Y la pregunta es obvia: ¿han conseguido lo que pretendían? Repuesta categórica: SÍ.
Elaborando algo más dicha afirmación sin paliativos, es una fortuna poder por fin encontrarse ante una producción que toca todo los resortes correctos para presentar a una dualidad —la de Peter/Spider-man— que nunca ha funcionado de forma tan sólida en la gran pantalla. Una fortuna que se torna en algarabía inmensa si uno lleva años siendo lector habitual de los diversos títulos del personaje creado por Stan Lee y Steve Ditko y, al poco tiempo de comenzar la proyección, percibe de forma directa y sin tener que hacer uso de su sentido arácnido de dónde ha bebido de forma mayoritaria el guión firmado ¡¡a doce manos!! por Jon Watts, el director de ‘Spider-Man: Homecoming’ (id, 2017), y cinco compañeros más. Y esa fuente, queridos lectores, no es otra que la mejor serie que haya conocido jamás nuestro amistoso vecino: el ‘Ultimate Spider-man’ de Brian Michael Bendis.
Cuando uno detecta que está pasándoselo bomba con todo aquello que el filme nos traslada sobre la vida de Peter; cuando comprobamos con qué precisión están escritos los diálogos de esa vertiente del metraje y lo muy cuidados que están todos los compañeros del protagonista; cuando nos interesa mucho más lo que pueda suceder dentro de las paredes del instituto o en el apartamento de Tía May que aquello que transcurre en el Obelisco de Washington o a bordo del ferry de Staten Island…sólo cabe mirar hacia las páginas ilustradas por Mark Bagley, Stuart Immonen, Sarah Pichelli o David Márquez para darse cuenta de que en ellas sucedía exactamente lo mismo, sello inconfundible, por otra parte, del guionista que —a mi modesto entender— mejor ha sabido comprender a tan longevo personaje.
Acierto fundamental de la cinta, que sirve además para demostrar lo poco afortunadas que fueron las elecciones de Tobey Maguire o Andrew Garfield, es un Tom Holland que nos creemos, nos creemos a pie juntillas, ya cuando no tiene puesta la máscara y en su rostro adolescente se refleja el torbellino de emociones propio de su edad —la cara de Holland cuando habla de ser Spider-Man sólo irradia veracidad en su entusiasmo—, ya cuando la tiene y son su voz, sus gritos de emoción y su lenguaje corporal el que hace que disfrutemos tanto como él de poder sobrevolar las calles colgados de una telaraña artificial.
Además, que el actor pueda plantarse delante de ese monstruo escénico que es Michael Keaton —obligatorio ver la cinta en versión original para poder valorar en toda su amplitud lo que el artista pone en juego— y aguantar el tipo, dice mucho de las sorprendentes tablas que ya arrastra con sus 21 tiernos añitos, y sólo cabe esperar que Sony y Marvel hayan dejado bien atado aquello que hayan tenido que dejar bien atado para que Holland no abandone el barco antes de tiempo y tengamos este «Ultimate Spider-Man cinematográfico» por unas cuantas cintas más.
Mientras ese deseo se cumple, o no, lo que es obligado es valorar como mandan los cánones el fantástico y ochentero sentido del humor del filme —no en vano, en un momento dado se ve una secuencia de ‘Todo en un día’ (‘Ferris Bueller’s Day Off’, John Hughes, 1986), epítome de la comedia adolescente de hace tres décadas—; el trabajo tras las cámaras de Watts, al menos cuando no tiene que rodar acción, instantes en los que habría sido de agradecer una mayor claridad narrativa sobre todo en el clímax final; y, por supuesto, la partitura de un Michael Giacchino que no para y que, después de habernos arrancado sentidas lágrimas hace unas semanas con sus melodías para ‘La guerra del planeta de los simios’ (‘War for the Planet of the Apes’, Matt Reeves, 2017), nos invita, bien a sentirnos unos chavales cuando escuchamos lo dicharachero del motivo asociado a Peter, bien a participar del subidón de adrenalina que supone cada aparición del Buitre, con lo grave y pegadizo del breve leitmotif para él compuesto, y eso por no hablar de la espectacular versión del legendario tema de la serie de televisión que el compositor se marca para acompañar al logo de Marvel.
Es ‘Spider-Man: Homecoming’ en definitiva todo lo que siempre llevábamos esperando del personaje y un poquito más que, en la forma de las conexiones con el Universo Marvel Cinematográfico en general, y con las apariciones de Robert Downey Jr. y Jon Favreau en particular, nos regala un conjunto que invita a soñar con un futuro inmejorable para un personaje que ya merecía encontrar en su contrapartida en imágenes en movimiento aquello que ya hace tiempo halló en las viñetas impresas. Excelsior!!!!.