Salvo dos deshonrosas excepciones —la infumable ‘Barridos por la marea’ (‘Swept Away’, 2002) y la muy poco comprensible ‘Revolver’ (id, 2005)— si hay una constante por encima de todas que se puede rastrear en la filmografía al completo de Guy Ritchie esa es la «molonería». Sí, lo sé, es un término un tanto rústico para definir el cine de un director, pero la opción sería hacerlo en inglés y ya he utilizado el epíteto equivalente en el titular. Así que sí, el cine de Guy Ritchie mola, y lo hace por motivos que van desde la rapidez con la que siempre discurre todo en sus películas hasta la capacidad que tiene el inglés de generar personajes carismáticos —carismáticos hasta decir basta, cabría precisar—, pasando por un estilo narrativo que, echando mano de un puñado de recursos, nunca deja de sorprender o unos diálogos a los que los calificativos afilados y agudos se les quedan algo cortos.
Constantes todas ellas que podemos ver ya en ‘Lock & Stock’ (‘Lock, Stock and Two Smoking Barrels’, 1998) y que no hacen más que aumentar en calado con ‘Snatch, cerdos y diamantes’ (‘Snatch’, 2000), ‘RocknRolla’ (id, 2008), las dos entregas del Sherlock Holmes interpretado por Robert Downey Jr. o ese espléndido entretenimiento que fue ‘Operación U.N.C.L.E’ (‘The Man from U.N.C.L.E’, 2015), no estaba muy claro que el británico estuviera dando un paso sobre seguro cuando hace algo más de un año anunció que su próximo proyecto sería una nueva revisitación de las leyendas artúricas. Y si no estaba claro era por una simple razón: el poco ajuste que, a priori, parecía haber entre la épica del relato medieval y el tipo de cine y de historias que gusta Ritchie de contar.
Lo que quizás no teníamos en cuenta los que así cuestionábamos el movimiento del cineasta, era la posibilidad de que Ritchie se llevara el material a su terreno y convirtiera el relato del futuro rey de Inglaterra en uno que se acomoda de forma bastante fácil en los patrones por los que hasta ahora se ha movido su mejor cine, reinventándose para la ocasión al regente en un joven que ha crecido en las calles de Londres, que comanda una pandilla de rateros de tres al cuarto y que, desconocedor, al menos de forma consciente, de su tormentoso pasado, poco sabe de Excalibur y de los tejemanejes que llevaron a su tío Vortigen —magnífico Jude Law como el pérfido villano de la función— a portar la corona de Camelot.
Es más, lo que realmente sorprende de ‘Rey Arturo: La leyenda de Excalibur’ (‘King Arthur: Legend of the Sword’, 2017) es cómo el cineasta se las ingenia, no sólo para darle una vuelta y media de tuerca a las leyendas que envuelven al Rey Arturo y a Excalibur, sino para hacer lo propio con parte de su idiosincrasia como realizador, y ahí el comienzo de la cinta, con ese espectacular asedio a Camelot por parte de elefantes gigantes y hordas de hombres que se cuentan por millares es, junto al clímax de la acción, quienes más tienen que afirmar hasta dónde Ritchie ha llegado a explorar nuevas fronteras.
Más no temáis los que, como el que esto suscribe, adoráis la forma habitual en que el ex de Madonna suele contarnos las cosas, puesto que hay numerosas ocasiones en las dos horas y seis minutos de proyección de ‘Rey Arturo’ en las que reencontrarse con el Ritchie de siempre ese que sabe como plantear persecuciones y escenas de acción o el que utiliza como nadie el recurso de «¿cómo hemos llegado hasta aquí?…ahora os lo explicamos» que tan bien le ha funcionado en casi toda su filmografía.
Unido a un montaje impecable, a una música bien curiosa de Daniel Pemberton —que no termina de cuajar de forma aislada pero sí lo hace junto con las imágenes— y unos efectos visuales que funcionan por mucho que haya voces que los tachen de pobres, donde ‘Rey Arturo’ no termina de convencer es en la elección de un Charlie Hunnam que en cualquier momento parece que se va a bajar del caballo, calzarse las zapatillas de deporte y el chaleco de cuero y agarrar su moto para dar estopa junto a su pandilla de ‘Hijos de la anarquía’ (‘Sons of Anarchy’, 2008-2014). Salvando dicha traba de credibilidad, nos encontramos aquí con un filme endiabladamente entretenido que, ya lo decía ayer, ha encontrado su talón de Aquiles en la pésima forma en que Warner ha decidido venderlo al público. Ignoren pues los avances que hayan podido ver en los cines y dispónganse a pasar un rato la mar de «molón».