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V. Kingdom Come

‘Ready Player One’, the ultimate freak experience

Por todo lo que la rodea, es una obviedad empezar esta entrada afirmando que ‘Ready Player One’ (‘id, Steven Spielberg, 2018) es una de las películas más esperadas del año junto a ese mastodonte que nos traerá a todos los héroes Marvel el próximo mes de abril. ¿Que qué es lo que rodea a ‘Ready Player One’ para hacer de ella tan esperada cita cinematográfica? ¿En serio? Pues la rodean muchas cosas, pero principalmente podríamos apuntar a dos de ellas. Uno, que es la adaptación de una de las novelas más frikis jamás escritas, una oda de desaforado amor hacia la cultura popular en general y hacia los años ochenta en particular trufada hasta la saciedad de mil y una referencias al mundo de los videojuegos, el cine, la literatura fantástica y los cómics.

Y dos, por supuesto, que supone el regreso del Rey Midas de Hollywood a un género, el de la ciencia-ficción, que no tocaba desde ‘La guerra de los mundos’ (‘War of the Worlds’, 2005) y que, como bien pone en relieve el pequeño avance que nos proyectaron ayer antes del preestreno al que tuvimos la fortuna de acudir, se encuentra detrás de la pasión que Ernest Cline vierte en su novela. En otras palabras, que sin Spielberg no habría existido ‘Ready Player One’, el libro, resultando más que paradójico que sea él el que dirija ahora un filme al que hay que aproximarse teniendo claro que lo que aquí vamos a encontrar es muy, pero que muy diferente a lo que narra el escritor en su obra.

Ya comentaba el otro día al hilo de la inane ‘Tomb Raider’ (id, Roar Uthaug, 2018) que soy un defensor acérrimo de esa máxima no escrita que reza “medios diferentes demandan soluciones narrativas diferentes», y aunque si algo dejaba claro la lectura de ‘Ready Player One’ era su voluminoso talante cinematográfico, era más o menos esperable que lo que Zak Penn y el propio Ernest Cline iban a acometer a la hora de adaptar la novela, terminaría alejándose aquí y allá de lo postulado por ésta. Lo que no era esperable es que, en ese intento de resultar una experiencia tanto o más intensa que la proponían las líneas de texto del manuscrito de Cline, el espectáculo que postula ‘Ready Player One’, la película, termine alzándose como una bestia completamente diferente en forma —que no en fondo— a aquello que le sirve de base.

Libro y película, mundos diferentes son

[Normalmente no me detendría a listar todos los cambios por aquello de no destripar, pero creo que, sin entrar a comentar nada de la cinta, bien vale la pena el siguiente párrafo para que aquéllos que leyeran el libro y crean que no se debería mover ni una coma, sepan lo que van a encontrarse en el cine. Los que no lo leyerais, podéis saltároslo sin problemas]

Si bien el hilo argumental general es el mismo, y la cinta sigue los intentos de Wade Watts y su grupo de amigos por lograr conseguir el Huevo de Pascua escondido por el creador de Oasis en algún sitio del vasto universo que es el mundo virtual, lo que el guión de Penn y Cline altera casi por completo, para empezar, son las tres pruebas que han de pasar los protagonistas para conseguir las diferentes llaves, no correspondiéndose ni la primera ni la segunda con lo que podíamos imaginar al leer el libro. También difiere, y aquí no tengo más que aplaudir las decisiones tomadas por los guionistas, la forma en la que se explica Oasis, simplificando muchísimo todo el entramado de niveles que arrojaba la novela. Pero quizás el cambio más sorprendente es el que se lleva a cabo en la transición del segundo al tercer acto, alterando el protagonismo de Wade y su intrincado plan para acabar con IOI de tal manera que, aún estando presente en la trama, carezca de ese carácter de misión imposible que nos planteaba Cline en la novela.

Hay más cambios, como la inclusión de ciertos personajes virtuales que no existen en el libro; el restarle muchísimo protagonismo a Ogden Morrow, el socio de James Halliday y co-creador de Oasis; el añadido de una ayudante de Sorrento —el malo de la función— que nada aporta al conjunto salvo un chiste final bastante afortunado y muy ochentero; o las muchas referencias a diversos puntos cardinales de la cultura pop que se quedan fuera por simple asunto de derechos —Spielberg no pudo, aunque lo intentó, hacerse con los derechos que le habrían servido para meter naves y personajes de ‘Star Wars’— y son intercambiados por todo aquello que, o bien es propiedad de la Warner, o le ha costado una nimiedad a los estudios.

[Fin de las comparaciones entre novela y película. Podéis seguir leyendo sin miedo]

Spielberg que homenajea a Spielberg

Dejando pues al lado qué es diferente y qué no, qué funcionaba en la novela y qué lo hace mucho mejor en el cine, entremos a valorar como merece, aislándonos de todo ejercicio de comparaciones fútiles, un filme que, como reza el titular, es la experiencia friki definitiva, algo que, suponemos, ya estaba en las intenciones de Cline al escribir la novela pero que, en manos de un Spielberg que disfruta como un enano con el juguete que le han prestado, se torna en un fastuoso y alucinante regalo para los que crecimos durante los ochenta y fuimos incorporando a nuestro acervo el estar en permanente contacto con todo aquello a lo que declara su amor ‘Ready Player One’.

Quizás, como comentaba una de las amigas con las que acudí ayer al cine, la cinta ofrezca «demasiado» en su vertiente referencial, y sea tal el nivel de saturación al que se llega en incluir cuántos más guiños, mejor, a esa prodigiosa década que vio a los de mi generación pasar de la niñez a la adolescencia, que la sensación de estar perdiéndose un ochenta por ciento de lo que se ha incluido aquí termine por pisar otras posibles disquisiciones. Estando completamente de acuerdo con el planteamiento de mi acompañante, mi posición al respecto no es la de molestia por tal empeño, sino la de excitación ante la más que evidente posibilidad de ir descubriendo cosas nuevas cada vez que en el futuro me acerque —y huelga decir que me acercaré, y mucho…por lo pronto, el miércoles que viene volveré al cine a verla— a ‘Ready Player One’.

Afortunadamente, eliminando todo el relumbre de ver hacer piruetas al Delorean de Marty McFly; de alucinar con la reinvención que, con respecto al libro, se hace de la búsqueda de la segunda llave; de babear con la aparición de cierto robot gigante perteneciente a una de mis películas favoritas de animación de todos los tiempos; o de permanecer «ojipláticos» con todo lo que hemos de intentar no perdernos en un acto final que se propone dejarnos completamente apabullados, lo que queda NO es un filme vacío y carente de encanto, sino uno que, aún contando con la desventaja de sus personajes estereotipados, su previsibilidad y su sobreexposición —algo de lo que ya adolecía el libro— queda marcado a fuego por el espectacular trabajo de Spielberg.

Reencontrándose con el cineasta que fuera hace tres décadas sin perder de vista lo que treinta años de cine han impreso en su personalidad como realizador, el Spielberg que aquí se nos muestra rueda con músculo todo aquello que tiene lugar en el mundo real y, mucho más, lo que acaece en Oasis. Buena prueba de ello es, qué duda cabe, la adrenalínica primera prueba con la que abre fuego el filme, una secuencia que, siguiendo la misma máxima con la que el director hacía caso a Alfred Hitchcock para dejarnos pegados a la butaca en los primeros compases de ‘Indiana Jones y el templo maldito’ (‘Indiana Jones and the Temple of Doom’, 1984), es un subidón tremendo que descansa, y de qué manera, en unos efectos visuales espectaculares.

Éstos, que en esa primera inmersión a Oasis pueden parecer algo chillones, logran lo que todo trucaje visual debería aspirar conseguir: terminar siendo asimilado por el respetable como «lo más normal del mundo». Dicho de otra forma, que transcurridos varios minutos de proyección —no sabría decir cuántos, pero no fueron muchos— ni nos planteemos que lo que estamos viendo no es real. Tamaño logro, que habla con autoridad del cuidado que se ha puesto en llevar la tecnología de captura de movimiento a nuevos extremos —no me quiero ni imaginar lo que James Cameron nos tendrá reservado el año que viene cuando por fin llegue la primera de las secuelas de ‘Avatar’ (id, 2009)— se da la mano con la maravillosa forma de narrar de Spielberg para construir una cinta cuyos 140 minutos vuelan ante nuestra mirada.

Una mirada que se empapa de nostalgia y que nos hace retroceder a otra época en la que las películas para adolescentes tenían ciertas cualidades que el cine de ahora parece desesperado por rescatar —y ahí están las cintas de la Marvel para demostrarlo— y que, casi siempre, encontraban en la música un incuestionable exponente de lo mucho que se cuidaba el conjunto. En ese sentido, el musical, ‘Ready Player One’ no es una excepción gracias al soberbio trabajo de Alan Silvestri, uno de los pocos compositores que, salidos de aquella era, ha sabido mantener estilo y no dejarse apisonar por la fuerte despersonalización que el mundo de la música de cine lleva años ostentando. Que lograrlo descanse, al menos en parte, en contar con un compañero como Steven Spielberg, no es demérito del compositor sino claro indicativo de que en esta fantástica cinta se han conjugado los elementos precisos para hacer de ella una rara y maravillosa pieza de alquimia. Y eso, queridos lectores, es digno de ser celebrado.

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2 comentarios en «‘Ready Player One’, the ultimate freak experience»

  1. Y yo que pensaba que iba a decepcionar!!! Me voy a llevar a toda la familia al cine y a aplaudir como un niño loco.

    Y es que aunque todo tiene un punto de nostalgia que nos engaña, hay cosas de aquella época a las que hay que rendirse. El otro día, con más miedo que vergüenza les puse a mis hijos Exploradores. ¿Y sabes Que? El camino del trueno sigue siendo la caña. Me encantaría verla por Oasis. Quizá este, como tantas otras.

    • A ver, que lo mismo te decepciona y después me haces responsable a mi XD

      Lo que le pasa a ‘Exploradores’ le pasa a mucho cine de los ochenta, que ha envejecido en plena forma y muchísimo mejor que el cine para adolescentes que vino después. Y no es la nostalgia mal entendida la que habla, sino la certeza de que lo que se hizo en aquella década —vale, no todo, pero sí mucho— fue la releche.

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