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V. Kingdom Come

‘Overlord’, übermensch

Como quiera que, sin haberme informado previamente por aquello de evitar innecesarios destripes, acudí el viernes al estreno de ‘Overlord’ (id, Julius Avery, 2018) creyendo que me encontraría con la cuarta entrega de esa extraña «franquicia» que es el universo de Cloverfield impulsado por J.J. Abrams y, en última instancia, no fue así; comencemos esta entrada dedicada a la cinta ambientada en la 2ª Guerra Mundial remarcando lo que el productor ya había comentado con anterioridad al estreno del filme: que ‘Overlord’ es una producción de corte fantástico que nada tiene que ver con lo que hasta ahora hemos podido ver en ‘Monstruoso’ (‘Cloverfield’, Matt Reeves, 2008), ‘Calle Cloverfield 10’ (’10 Cloverfield Lane’, Dan Trachtenberg, 2016) o este mismo año en ‘The Cloverfield Paradox’ (id, Julius Onah, 2018).

Dicho esto, la segunda sentencia de importancia que he de exponer acerca de ‘Overlord’ es la nula relevancia que tiene en su discurrir el elemento fantástico, algo que, a mi entender, quizás no hiere de muerte a un filme que avanza a paso muy firme sin dar respiro al espectador ni caer en tiempos muertos, pero sí que resta considerables enteros cuando lo que encontramos en sus casi dos horas de metraje no es más que una trama de cinta bélica al uso ambientada en la contienda en la que se han superpuesto ciertos engranajes que, engrasados con irregularidad, no consiguen que el conjunto se sienta como un todo cohesivo.

Sin considerar por ahora el forzado imperativo que se le añade al esquema genérico, hay que valorar en su justa medida el guión de Billy Ray y Mark L. Smith por lo enérgico de su desarrollo y, sobre todo, por el ímpetu con el que se abre la acción. Un talante éste el de impetuoso que Julius Avery sabe capturar con certera y adrenalínica personalidad en una secuencia inicial que quita el hipo al más pintado: mira que ya hemos visto en incontables veces el desembarco de Normandía desde muchos ángulos —es más, lo vimos desde el aire en la que servidor considera la mejor «película» bélica de la historia, los diez episodios que conforman ‘Hermanos de sangre’ (‘Band of Brothers’, 2001)— pero la manera en la que aquí se nos presenta y lo adecuadamente estruendoso del diseño sonoro de la aproximación de la flota aérea aliada a las playas francesas ya nos pone a tono para el resto de la proyección.

Con la respiración entrecortada y ganas de que la fiesta siga, y siga en sentido ascendente, claro, lo que encontramos a partir del momento en que los soldados protagonistas tocan tierra, si bien no pierde resuello, sí que se adentra, como decía, en territorios muy trillados del cine ambientado en la Segunda Guerra Mundial: siguiendo al pie de la letra el patrón de historia de incursión-en-una-fortaleza-que-se-convierte-en-una-misión-casi-imposible y que es fácilmente asociable a grandes ejemplos del género como ‘El desafío de las águilas’ (‘Where Eagles Dare’, Brian G.Hutton, 1968) o ’12 del patíbulo’ (‘The Dirty Dozen’, Robert Aldrich, 1967) —por citar sólo dos de los muchos filmes que podríamos mencionar aquí—, hubiera sido de agradecer un mayor esfuerzo por parte de la pareja de guionistas en que la inclusión de los supersoldados cuasi-zombis con los que experimentan los nazis no se quedara en algo colateral que, eliminado de la trama, poco o nada alteraría el resto de la misma.

Contando con que las interpretaciones de todo el elenco son correctas —ninguna sobresale para bien o para mal— la nota más negativa de todo el conjunto la pone la vertiente sonora. De una parte, si antes destacaba el diseño de sonido en la secuencia que abre la proyección por lo bien que el estruendo del que hacía gala provocaba la inmersión del espectador en el caos del desembarco aéreo; no podría afirmar que el nivel al que se mueve durante el resto del metraje se ajuste como un guante a lo que realmente exigiría cada escena, y lo ensordecedor de los efectos sonoros resulta en ocasiones muy, muy molesto.

Otro tanto se puede decir de la composición de Jed Kurzel, de la que lo único que recuerdo es que aumenta si cabe el nivel de ruido de la banda sonora del filme y que, como ya es habitual en el cine contemporáneo, no trabaja a favor sino en contra de la película y, por ende, agota al respetable al carecer de sentido melódico. Dejando de lado ambos aspectos e insistiendo en que todo lo que compete a los superhombres creados a partir de una brea con propiedades mágicas mezclada con sangre (sic) se siente como tremendamente ajeno al foco más llamativo de la acción, es ‘Overlord’ un filme entretenido sin más de esos que tan pronto ves, tan pronto olvidas.

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