Hay quienes, tras haber visto ‘Mortal Engines’ (id, Christian Rivers, 2018), afirman sin dudarlo que esta adaptación escrita a tres manos por Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens de la primera novela de la tetralogía de ‘Máquinas mortales’ firmada por Philip Reeve, debería haber supuesto el regreso por la puerta grande del cineasta responsable de la trilogía de ‘El señor de los anillos’. Y lo cierto es que, a tenor de los resultados de la realización de Christian Rivers, uno de los genios de Weta que hizo posible la creación de la Tierra Media que vimos hace ya casi dos décadas —¡¡¡dos décadas!!—, se echa en falta el estilo del neozelandés y sus formas narrativas en dos horas que, si bien no acusan bajadas notables de ritmo, sí que dejan que desear en términos de claridad expositiva en ciertos instantes de la proyección. Pero no nos adelantemos, al menos no en exceso.
‘Mortal engines’ nos presenta un mundo post-apocalíptico mil años en el futuro en el que nuestro planeta, tras ser arrasado a comienzos del s.XXII por la conocida como ‘Guerra de los 60 minutos’ se transformó por completo, pasando la población a habitar en enormes ciudades rodantes que se desplazan implacables por la yerma y desolada superficie de un mundo devastado por la locura bélica. En ese inhóspito futuro, la cinta se centra en Hester y Tom , dos jóvenes cuyos caminos se cruzarán cuando la primera intente acabar con la vida de un visionario científico londinense responsable de la muerte de su madre años atrás.
Añadiendo a todo este drama —que sólo con la breve sinopsis de arriba se antoja casi de proporciones shakesperianas— algún que otro personaje que se mueve entre lo previsible y arquetípico de esa dura líder de las fuerzas que se oponen a las ciudades rodantes, y lo prescindible del «humano Lázaro» cuya eliminación del conjunto nada habría afectado en sentido negativo al buen funcionamiento del mismo, es ‘Mortal Engines’ una cinta que, como decía más arriba, deja tan poco descanso al espectador y se plantea como un entretenimiento tan honesto, que lo mejor que se puede hacer con ella es desactivar ciertas conexiones neuronales y disfrutar del apabullante espectáculo visual que nos ofrecen sus responsables.
Porque, como ya pasara con el nivel de detalle en el que se zambullían Jackson y los suyos para llevar hasta la última acotación del texto de Tolkien a la gran pantalla, aquí no se han escatimado esfuerzos en hacer de esta Tierra futura un mundo rico y creíble que se antoje a la vez cercano —ese chiste de los dioses de la antigüedad es brillante— e imposible, abundando las enormes ciudades y todo el vestuario en la temática steampunk en la que claramente se sumerge la novela original.
El resultado de dicha apuesta por parte de WingNut Films —la compañía de Jackson— hubiera sido de una entidad mayor, ya lo comentaba anteriormente, si tras el objetivo se hubiera contado con un cineasta algo más experimentado que Rivers. Y es que, mucho plano puesto ahí de manera expresa para lucimiento del departamento de efectos visuales, y cierto aturrullamiento en las secuencias de acción, terminan desluciendo un conjunto de notable belleza plástica que puntualiza, bajo similares parámetros a los que ya le escucháramos en ‘Mad Max: Furia en la carretera’ (‘Mad Max: Fury Road’, George Miller, 2015), un enérgico Tom Holkenborg.
Finalizada la función, a sabiendas de que la cinta no va a tener la acogida en taquilla que se merecería por su carencia de estrellas y lamentando que ello nos vaya a privar de seguir explorando tan fascinante e imaginativo mundo, la sensación que deja ‘Mortal Engines’ es una muy similar a la que, el pasado año, nos dejaba ‘Valerian y la ciudad de los mil planetas’ (‘Valerian and the City of a Thousand Planets’, Luc Besson, 2017): que estamos ante un filme que, maltratado hoy, es carne inequívoca de la etiqueta «de culto» en un futuro no muy lejano. Al tiempo.