Creo de extrema necesidad comenzar esta entrada dedicada a lo último de Darren Aronofsky advirtiéndoos a vosotros, queridos lectores, de un par de cuestiones fundamentales. La primera, y principal, que no leáis nada concerniente a ‘Madre!’ (‘Mother!’, Darren Aronofsky, 2017) hasta que no hayáis acudido al cine más cercano a degustar la exquisitez con la que el cineasta neoyorquino ha polarizado a la opinión y generado una polémica que, avanzo, toda vez vista la cinta carece por completo de sentido. Derivado de esta petición de que os olvidéis por completo de entrar en cualquier página que pueda arruinaros la experiencia de ir «vírgenes» a tan singular propuesta cinematográfica es bien evidente que debéis cerrar en este mismo instante esta pestaña de vuestro navegador y no volver por aquí hasta haber seguido mis instrucciones y gozado, espero, con una de las experiencias más intensas, fascinantes y bellas que hemos tenido la suerte de poder disfrutar durante este 2017.
Advertidos quedáis. A partir de aquí, destripes a cascoporro. No digáis que no os he avisado, ¿eh?
¿Seguro que quieres seguir leyendo? Mira que yo ya no me hago responsable.
100% seguro, ¿no? Vale, pues comencemos.
Decía en el párrafo inicial que ha sido una fuerte polémica la que ha rodeado al estreno de ‘Madre!’, y bien vale la pena detenerse unos instantes en lo absurdo de la misma antes de entrar en materia. De acuerdo, una de las más plausibles explicaciones a toda la carga metafórica de la cinta pasa por la religión y por asumir que uno de los personajes, como veremos en unas líneas, es Dios. Y ya sabemos lo que pasa con los fundamentalistas religiosos cuando alguien se atreve a reflexionar sobre cuestiones acerca de las cuales, según parece, sólo ellos tienen el poder para debatir; que se lía parda…sin ninguna necesidad, claro.
No voy a utilizar estas líneas como púlpito desde el que pontificar sobre la gran verdad que hay detrás de ese refrán que reza «a Dios rogando y con el mazo dando» y cómo, gente que debería tener el respeto como máxima de sus vidas, pisotea dicho concepto a cada paso que da. Prefiero, en su lugar, dejar claro que, como toda pieza de arte, ‘Madre!’ es la visión sesgada y personal de un hombre sobre un asunto que lleva siglos debatiéndose —y los que quedan, desgraciadamente— y como tal debe ser tenida, no valiendo para nada más que publicidad gratuita el montar escándalos, polemizar sin necesidad o pretender echar por tierra un discurso tan válido como otro cualquiera.
Dicho esto, es ‘Madre!’ una producción que permite a una opinión crítica acercarse desde dos vertientes bien diferenciadas a su análisis y valoración: la puramente cinematográfica, esa que hemos de dedicar a ponderar la validez de la labor técnica del cineasta y su equipo así como el trabajo delante de las cámaras de los intérpretes implicados; y la que va más allá de estrictamente visual y depende, en gran medida, de lo que uno sea capaz de interpretar sobre el mensaje que Aronofsky pretende enhebrar con el guión del filme. La primera es maravillosa; la segunda, aviso ya, es capaz de dejarle a uno con la cabeza dando vueltas durante largo rato después de salir de la sala —tanto como el día y medio que ha transcurrido desde que vi la película hasta que me he sentado en el teclado a escribir sobre ella.
Un repaso a la filmografía de Aronofsky en general —tenéis uno muy «apañado» a un click de distancia— revela, antes que cualquier otra disquisición, que el director no es ajeno a ninguna de las dos aproximaciones que apuntaba en el párrafo anterior. Uno más pormenorizado nos llevaría a relacionar ‘Madre!’, por su perfección técnica y la carga y orientación de su mensaje, con esa maravilla que considero es ‘La fuente de la vida’ (‘The Fountain’, 2006), sin lugar a dudas mi título favorito del cineasta y un filme que sólo hace ganar y subir en mi escala de apreciación conforme lo reviso de cuando en cuando. Categoría esta a la que, sin duda, entrará a formar parte en el futuro la cinta que hoy es objeto de nuestra atención.
En lo estrictamente cinematográfico, quizás ‘Madre!’ no llegue a la abrumadora belleza plástica que Aronofsky gastaba con ‘La fuente de la vida’, pero lo que le falta en dicha cualidad, el realizador lo suple con un trabajo de cámara prodigioso: siempre cerca de sus personajes —así a bote pronto diría que un 80% de la cinta se resuelve con planos medios o primeros planos— la fluidez de la que hace gala la narrativa del filme juega en dos niveles muy diferentes, aquél que coquetea con el horror y que discurre con calma mientras el objetivo se mueve sin prisas por el único escenario de la acción —la casa donde habitan sus dos protagonistas— y el que, cargado de visceralidad, se deja llevar por la personalidad grand guignolesca de su acto final, ese que ha provocado las críticas más feroces y airadas hacia la proyección.
Y si la fuerza de los planteamientos narrativos de Aronofsky es casi indiscutible —todo es discutible, obviamente— y la fotografía de Matthew Libatique, encargado de tales lides en todas las cintas del director de Brooklyn, es tan exquisita que en ocasiones abruma, hay algo que hace de ‘Madre!’ un ejercicio aún más hipnótico y a la par sobrecogedor: lo que Jennifer Lawrence pone en juego con su interpretación. Sí, tanto Javier Bardem como Ed Harris y Michelle Pfeiffer están magníficos, pero su protagonismo en las dos horas de metraje queda empequeñecido —acaso en menor medida si nos referimos al actor español— por la casi absoluta presencia de la Katniss de ‘Los juegos del hambre’ (‘The Hunger Games’, Gary Ross, 2012): dejando muy atrás lo inane de su participación en la franquicia de ciencia-ficción, la Lawrence que vemos aquí da un salto cualitativo asombroso si se la compara con lo que hemos podido verle hasta ahora en la gran pantalla, y la mezcla de determinación y fragilidad que se da cita en su complicado personaje acongoja en no pocos instantes —fundamental aquí, como siempre, intentar ver la cinta en versión original.
Cubierto pues el sesgo técnico —y si no hablo de la banda sonora y de Clint Mansell es porque, por primera vez, Aronofsky ha prescindido por completo de acompañamiento musical— es en lo que ‘Madre!’ nos cuenta donde el filme da un salto considerable y pasa de lo notable de todo el conjunto a asentarse con firmeza en el sobresaliente que este redactor no tiene reparos en concederle. De entre lo que he podido leer por la red —reitero, una vez vista la película— y lo que fui extrayendo de ella mientras la disfrutaba, soy de los que se inclinan a interpretar todo el conjunto como una enorme metáfora sobre Dios y la escritura del Génesis. Una metáfora que queda incompleta por no poder encajar en ella al personaje de Jennifer Lawrence pero que ha sido el propio Aronofsky el encargado de cerrar afirmando que, más allá del mecanismo religioso, ‘Madre!’ es una alegoría sobre la Madre Naturaleza.
Combinando ambas lecturas, la religiosa —tan presente por otra parte en ‘La fuente de la vida’ y en ‘Noé’ (‘Noah’, 2014)— con la, llamémosla «laica», lo que obtenemos es un filme que, en ocasiones truculento y despiadado, en otras poético y alegórico, ofrece un discurso alucinante: ese Dios egoísta al que da vida Bardem, bloqueado en la escritura de su obra, que no es otra que el Nuevo Testamento; ese jardín del Edén que la Madre Naturaleza ha construido con esmero y tesón y que no soporta ver maltratado por los caprichos humanos; la disrupción de la calma y la vida del matrimonio Dios-Naturaleza que supone la aparición del primer hombre —Harris—, la primera mujer —Pfeiffer— y sus violentos hijos; cómo todo se torna en oscuro y salvaje cuando hordas de creyentes prorrumpen en el Edén para poder estar cerca del Creador —aquí, asumiendo todo ese carácter extremo al que se acerca la cinta, es donde encontramos al Aronofsky más crítico y mordaz para con los fundamentalismos y la sinrazón humana en todo su alcance —; esa conclusión cíclica que tanto ha llegado a molestar a según que cinéfilos y que, en realidad, no hace sino incidir en el caprichoso talante que muchos han atribuido desde siempre al poder divino…
Todo ello, y todo lo que dejo en el tintero por intentar evitar ser aún más explícito de lo que ya he sido en el párrafo anterior, convierte a ‘Madre!’ en una experiencia sin par, ya tenida en consideración de forma aislada ya, sobre todo, si la comparamos con mucho del cine que nos ha llegado en estos nueve meses anteriores. Es evidente que Aronofsky rueda para sí y para aquél que esté dispuesto a aceptar ciertas reglas del juego que se salen por completo fuera de la norma. Ahora bien, como creo la longitud de este texto expone con elocuencia, hacerlo, asumir que lo que vamos a ver es tan diferente como fascinante, es abrir las puertas a una cinta que, y no exagero, gana a cada instante en que uno se para a pensar sobre ella.