Hay ciertas cosas en las que tanto niños como adultos coinciden. Una de ellas es sentir que en ocasiones nuestra vida no es tal y como desearíamos que fuera. Es por eso que un día llegó alguien, no sé muy bien quién, y se inventó los sueños, para que a todos nos consolara la esperanza de que algún día se cumplieran. Pero este invento tiene su propia trampa, y es que a veces lo que más deseamos puede convertirse en nuestra perdición.
Esto es lo que planteó Neil Gaiman en su novela juvenil ‘Coraline’, que más tarde se convirtió en una novela gráfica y ahora en una película de animación stop-motion titulada ‘Los mundos de Coraline’. Una verdadera labor de artesano orquestada por el talento y la experiencia del director Henry Selick, que tras comprobar lo bien que le sentaba el 3-D a su ‘Pesadilla antes de Navidad’, decidió volver a contarnos un cuento de los buenos, pero no desde el borde de nuestras camas, sino a través de las más modernas tecnologías.
Coraline se siente muy sola desde que se mudó a una nueva casa y sus padres andan tan desbordados de trabajo que apenas le prestan atención. Un día, descubre una puerta oculta tras el empapelado de una pared y al atravesarla aparece en otro mundo en el que todo aquello que deseaba que cambiara en su vida, efectivamente lo ha hecho. Sus padres están siempre con ella, la decoración de la casa es más alegre, la comida es más sabrosa, e incluso el pesado del vecino se ha vuelto dócil y silencioso. Pero hay algo más aparte de estas diferencias: tanto sus padres como los demás personajes llevan botones cosidos a los ojos. El primer indicio inquietante de que algo no termina de encajar en este mundo paralelo.
De esta película sí se puede decir que está indicada para todos los públicos. Cada cual, según su edad y experiencia, la interpretará a su manera, y esto es lo que diferencia a una buena obra del mediocre montón de las demás. Los niños que acudan a ver ‘Los mundos de Coraline’ (preferiblemente, que ya hayan cumplido su primera década) se encandilarán por el espectáculo visual que supone ver a muñecos, como esos con los que llevan jugando desde pequeños, moverse y comportarse como verdaderas personas de carne y hueso. Se dejarán conducir por los dos mundos paralelos entre los que se mueve la protagonista con los ojos bien abiertos para no perder ningún detalle de sus elaborados escenarios.
Por su parte, los adultos descubrirán que en el mundo del cine no está ya todo dicho y quizá encuentren en su propia vida cotidiana paralelismos entre la relación de Coraline con sus padres. Y a las virtudes que ya destacó Rodrigo en su comentario, me gustaría sumar otras contenidas en la hora cuarenta de metraje.
En primer lugar, el estrambótico elenco de secundarios compuesto por personajes como las señoritas Spink y Forcible, dos viejas actrices venidas a menos que viven de sus glorias pasadas; el señor Bobinsky, un solitario y forzudo gigantón que asegura haber formado un circo de ratones; y Wybie Lovat, el niño charlatán que trata de hacerse amigo de Coraline.
Puede que el papel de todos ellos no sea tan decisivo en la resolución de la trama como podría parecer en un principio, pero es que su función es más bien otra, tanto o más importante. La de crear la atmósfera excéntrica, onírica y un tanto decadente del entorno en que se mueve la protagonista.
En segundo lugar, me quedo con la acertada estructuración del guión, que parte de una presentación reposada de todos estos personajes hasta ir ganando en intensidad a medida que avanzamos en la película. Eso sí, reconozco que hay ciertos momentos que terminan por hacerse largos, como el espectáculo de los ratones, que visualmente es una gozada pero poco o nada aporta realmente a la historia. Por último, me alegro de que el 3-D se utilice como un recurso narrativo más, orientado principalmente a fortalecer la sensación de veracidad de la historia, y no a engatusarnos con el típico efecto ese de «huy, mira, estoy tocando un tiburón», que era el único valor que se le daba antes.
No perdáis la oportunidad de ver la película, tanto por su historia como por su brillante ejecución visual. Es increíble que unos muñecos sintéticos sean capaces de despertarnos tal empatía, y que unos escenarios construidos como casas de muñecas nos parezcan tan reales como los de nuestros barrios y ciudades. Pero esa es la magia de la imaginación, una facultad que tanto Gaiman como Selick saben exprimir al máximo.
En Zona Fandom | ‘Los mundos de Coraline’, extraordinaria animación
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