Desde que tuviéramos acceso a su primer avance, las sensaciones hacia este nuevo capítulo en la insistencia de Disney de explotar al máximo a la nueva gallina de oro que parecen ser las traslaciones de sus clásicos de animación a imagen real eran, como mucho, inanes: ya en esos minutos que la productora iba liberando aquí y allá acerca de ‘La Bella y la Bestia’ (‘Beauty and the Beast’, Bill Condon, 2017) se podía percibir con intensidad el argumento que este redactor lleva esgrimiendo desde que los estudios comenzaron a anunciar a bombo y platillo el paso de dibujo a carne y hueso, cuál es la necesidad de volver a contar las mismas historias si nada novedoso se aporta a las mismas.
Bien es cierto que, hasta ahora, de las cuatro cintas estrenadas bajo esta “revolucionaria idea”, un 50% se ha saldado con paupérrimos resultados —siempre desde una óptica completamente personal, claro— y el otro 50% ha demostrado todo lo contrario, que de querer, se puede innovar sobre el tejido de lo ya relatado décadas atrás. Pero no parecía que la versión de uno de los filmes más queridos y de mayor éxito de la compañía fuera a colocarse al lado de ‘El libro de la selva’ (‘The Jungle Book’, Jon Favreau, 2016) o ‘Peter y el dragón’ (‘Pete’s Dragon’, David Lowery, 2016) por cuanto los rumores apuntaban a que la intención de Disney para con la cinta era seguir de forma fiel los patrones establecidos por el clásico de 1991 dirigido por Gary Trousdale y Kirk Wise. Y así ha sido. Desafortunadamente.
¿Qué por qué desafortunadamente? Porque la cinta de Condon pisotea cual elefante en una cacharrería todas y cada una de las muchas virtudes que atesora la cinta original, desarropándose del encanto y la magia de la misma para ofrecer un espectáculo carente de atractivo que intenta por todos los medios convencer por su fastuoso diseño de producción y por abundar en más detalles de una historia que, seamos francos, ya era perfecta en su encarnación anterior y no necesitaba de los ¡¡41 minutos extra!! que extienden los 88 de la predecesora hasta los 129 de que hace gala este eterno filme.
Ya el prólogo, todo un prodigio de concisión, elegancia y pulso narrativo en la cinta de animación, sirve como primer y lamentable ejemplo de lo que nos ofrece esta actualización desactualizada: mucha pompa y boato; recargados decorados que harían empacharse hasta el más rococó de los diseñadores del estilo francés; afectación en las interpretaciones que hacen que se perciban como falsas y extrañas; efectos digitales que dan la cara a la legua y añadidos musicales por parte de Alan Menken que se injertan de forma desnaturalizada sobre su magistral trabajo de hace veintiséis años y eliminan de manera puntual las inigualables sensaciones que dejaban entonces tanto canciones como partitura.
Prolongadas dichas “cualidades” al resto de la proyección, y aumentadas con una realización anodina que intenta ocultarse como puede en el falso relumbre del diseño de producción y de los en ocasiones lamentables trucajes generados por ordenador —sigo sin entender por qué crear a una Bestia digital cuando podría haberse optado perfectamente por maquillar a Dan Stevens—; y por una Emma Watson que, en su hieratismo, es cabeza más visible de un reparto que nada dice al espectador; es en el letánico avanzar de la acción donde ‘La Bella y la Bestia’ exaspera al más paciente de los sentados en la platea.
Que tengan que transcurrir 90 minutos…¡¡¡90 minutos!!! para llegar a una de las escenas de baile más famosas de la historia del cine cuando al filme original sólo le hacía falta una hora de veloz metraje para alcanzar el mismo punto habla, y lo hace de manera contundente, de lo estirado hasta decir basta de ‘La bella y la bestia’. Un filme que sirve, como decía arriba, para exponer de la peor forma posible esta nueva tendencia de la casa de Mickey Mouse. Una tendencia que, a menos que se descalabre en algunas de sus próximas instancias, todavía nos tendrá que ofrecer —o al menos así lo parece— versiones en carne y hueso de Blancanieves, Peter Pan, Pinocho, Mulan, la Sirenita o Merlín; eso por no hablar de las versiones puramente digitales que nos invitarán a revisitar los mundos de Simba o Dumbo. Todo un rosario de ofertas —hasta 19 se supone que son las producciones que prepara la compañía— que, al menos hasta que se demuestre lo contrario, cuentan con mi más entero desinterés.