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V. Kingdom Come

‘Kinsgman: El círculo de oro’, decepcionante

Con el paso de los años he ido educando mis expectativas para que jueguen las menos malas pasadas posibles. Harto ya de esperar la cinta de rigor con extrema ansia, llegar el día del estreno, sentarme excitado en la butaca ante lo que suponía iba a ser una experiencia sin par y terminar saliendo de ella completamente decepcionado, tiempo ha decidí controlar dichas sensaciones previas y, al tiempo, dejar cualquier prejuicio de la puerta del cine hacia fuera. Ahora bien, si a la hora de enfrentarme con una producción cualquiera este ejercicio resulta más o menos sencillo, no es así cuando de lo que estamos hablando es de la secuela de un título que en su momento supo como encandilarme, sorprenderme y que se situó por méritos propios entre lo mejor del año de su estreno. A esa descripción responde de forma fiel ‘Kingsman: Servicio secreto’ (‘Kingsman: The secret service’, Matthew Vaughn, 2014), el filme con el que se llevaba a la gran pantalla la estupenda ‘The Secret Service’ de Mark Millar y una apuesta decidida de Matthew Vaughn por, como ya hiciera con ‘Stardust’ (id, 2004), ofrecer algo muy diferente.

El éxito de la producción y las brillantes críticas que recogió allí donde se estrenó, garantizaron la puesta en marcha de su secuela, un anunció que recibí con algarabía y que, unido a los avances aireados por 20th Century Fox en los últimos meses, no hacían sino aumentar sin que nada pudiera hacer para evitarlo, esas expectativas que, os decía, siempre mantengo bajo control. ¿Que por qué mantenerlas bajo tan férreo y estricto control? Pues, precisamente, para evitar decepciones como la que me llevé el pasado domingo cuando acudí al cine a ver ‘Kingsman: El círculo de oro’ (‘Kingsman: The Golden Circle’, 2017) y contemplé con horror como todo aquello que hacía grande a su predecesora o se ha perdido o ha sido sustituido por una suerte de gemelo malvado incapaz de colmar las ganas de reencontrarnos con la frescura y desvergüenza que tan bien caracterizaron a la primera parte.

Cualidades ambas a las que Vaughn sumaba un guión tremendamente ágil y entretenido, una labor de dirección soberbia —sí, el famoso plano secuencia en la iglesia es la leche, como también lo es el resto del filme— y unos actores en perpetuo estado de gracia —lo de Colin Firth era tremendo, lo de Samuel L.Jackson y ese acento ceceante aún más—, lo que hace tres años eran virtudes, el poco tiempo transcurrido ha convertido en zancadillas que se mueven entre lo inane y lo molesto. Complementadas por lo poco atractivo de las nuevas propuestas que ofrece ‘El círculo dorado’, lo que nos encontramos, antes de entrar a desmenuzarlo de forma más o menos intensa, son dos horas y veinte excesivas que, con no pocos momentos de bajada de interés, fallan en servir como digna secuela a las aventuras iniciales de los agentes de Kingsman, esa organización de espías al margen del gobierno británico que, con modos de rancio abolengo, es directo émulo en modo de mofa del MI6 de 007.

Como digo, quizás el principal y más evidente defecto de ‘Kingsman: El círculo dorado’ sea la apuesta de Vaughn por cambiar el humor descarado, fresco, lleno de chistes visuales y verbales y diálogos repletos de chispa y dobles sentidos por uno decididamente más negro y que, pretendidamente igual de sarcástico, no funciona. El ejemplo máximo de ello es la villana encarnada por Julianne Moore, que aún contando con el carisma que irradia la hermosa actriz no consigue estar a la altura de aquél al que daba vida Jackson por más que Vaughn se esfuerce en que todo lo que la rodea —el ambiente de los cincuenta en plena jungla de Camboya, los robots…— sea ingenioso. Tampoco ayuda el que, de nuevo en la comparación, el ayudante de Poppy, magnate megalómana que ha hecho su riqueza con la droga y que quiere que el presidente de Estados Unidos la legalice mediante uno de esos planes absurdos a los que ya nos tienen acostumbrados las némesis de Bond, sea un tipo con brazo metálico que hace que añoremos, y cómo, a Sofia Boutella.

Tampoco funciona el reclamo que parecía que iba a ser Statestman, la organización yanqui que es prima hermana de Kinsgman y de la que forman parte Jeff Bridges, Halley Berry y Pedro Pascal —dejaremos de lado lo anecdótico de Channing Tatum— y que, salvo un par de detalles sin relevancia, no termina de cuajar por lo impostado de su añadido y porque, qué demonios, lo que molaba de la ‘Kingsman’ original era la exploración que Vaughn hacía del talante rancio de la clase alta británica en contraposición con el barriobajero Eggsy, algo que aquí podría haberse seguido explotando pero que, cuando se hace, se hace mal y pretendiendo acceder a un descaro trasnochado —¿a qué viene la escena en el festival de música?.

Sí, hay secuencias de acción muy buenas —la persecución en coche inicial, el enfrentamiento final—. Sí, Mark Strong vuelve a clavarlo como Merlin y Taron Egerton continua igual de simpático y resultón en la piel del protagonista. Pero tan limitadas virtudes no son capaces de contrarrestar el aluvión de malas decisiones que acumula la proyección —y no me hagáis opinar sobre el almibarado final, que se me sube el azúcar— y esa molesta sensación de que todo está impostado, teatralizado de forma exagerada —algo que ya le pasaba a Vaughn con su cinta de mutantes— y estirado para ocupar más duración de la que realmente necesitaba un guión lineal y que telegrafía sus pocas sorpresas a distancia. Es de suponer que la Fox se liará la manta a la cabeza y respaldará esa tercera entrega llamada a cerrar una casi inevitable trilogía. Quizás el que esta segunda nos haya dejado tan pésimas sensaciones juegue en favor de que la tercera haga lo contrario. Quién sabe…

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