No esperaba nada de ‘Joker’ (id, Todd Philips, 2019). Nada en absoluto. Sólo había visto su teaser —de un tiempo a esta parte he decidido no ver ni un tráiler y acudir a las proyecciones con el mínimo conocimiento previo posible sobre el filme de turno— y lo que de él transpiraba me convencía entre poco y muy poco. Tampoco me había dejado impresionar por la victoria de la producción de Warner en el Festival de Venecia porque, sinceramente, tiempo ha que los laureles que van otorgando las diferentes citas cinematográficas dejaron de interesarme por lo poco representativas que, como en el caso de los Oscar, pueden llegar a ser de lo que pueda realmente reverberar con mis gustos y filias —y mira que son normales, que no es que servidor aprecie el cine arthouse, las cintas de autor o lo que nos llega de localizaciones de esas que uno debe buscar en el mapa.
No esperaba nada de ‘Joker’…y ‘Joker’ se las ha apañado para colocarse muy arriba en la tabla de lo que he visto este año. Quizás el hecho de que el que 2019 haya sido muy pobre en cuanto a cine —ya dije hace poco que me iba a ser imposible llenar con diecinueve seleccionadas el artículo de lo mejor del año en las pantallas— tenga algo o mucho que ver en que la cinta de Todd Philips haya escalado tan alto, pero me inclino a pensar que sus logros son independientes de los deméritos de la cantidad de mediocridad que ha llegado a las salas en los últimos nueve meses y que, de haberse estrenado en un periodo jalonado de grandes producciones, el resultado hubiera sido el mismo por cuanto hay una cualidad en la cinta que es completamente independiente de agentes externos: su capacidad para sorprendernos cuando nos reconocemos empatizando con un personaje tan carente de moral y tan mentalmente enfermo como el que da vida, y de qué manera, un inabarcable, un inconmensurable Joaquin Phoenix.
El actor, metido en la piel de su personaje hasta límites que asustan y transmiten emociones que uno sólo asociaría con alguien real, encarna a un Joker completamente diferente a cualesquiera de los que habíamos visto hasta ahora. Phoenix no se carga del histrionismo de Jack Nicholson o la exacerbada exageración de Jared Leto. Tampoco, menos mal, se mira en esa caricatura del personaje que fue el César Romero de la serie de televisión sesentera. Si acaso hay alguna concomitancia —alguna, muy lejana— es con Heath Ledger y su legendaria interpretación del archienemigo del hombre murciélago, y ésta tiene más que ver con que el Joker sea un agente del caos que con cómo afrontan ambos intérpretes al personaje.
El Joker de Phoenix, al que conocemos como Arthur Fleck durante algo más de tres cuartas partes del metraje, evoluciona ante nuestra atónita mirada a través de un filme que es toda una rara avis dentro del panorama actual en general y, por supuesto, dentro del mundo de las adaptaciones de cómic se refiere: cocinado a fuego muy lento, sin grandes secuencias de acción y volcado totalmente en que asistamos al proceso de descenso a los infiernos de un hombre que ha estado viviendo en sus antesalas toda su vida, lo que Phoenix y Philips consiguen con su interpretación del Joker es de tal calibre que cuesta creer que una apuesta tan arriesgada haya contado con el beneplácito de una Warner que lleva años dando palos de ciego en lo que a traslaciones a la gran pantalla de sus viñetas se refiere. Porque, seamos francos, ‘Joker’ es una película dura, dura y complicada, que nos coloca en posiciones muy incómodas, nos da hostias sin miramientos y nos castiga en nuestra moralidad misma para sacar a relucir una empatía hacia un psicópata que, probablemente, nunca pensáramos atesorar.
Encuadrada en la elegante realización de un Todd Philips del que se ha dicho hasta la saciedad lo mucho que ha aprendido las lecciones que impartiera Martin Scorsese hace cuarenta y tres años en ‘Taxi Driver’ (id, 1976) —¿Y qué si así es? ¿Qué mejor lecciones podría haber elegido para aprender?— esta vivisección que se lleva a cabo de la deteriorada psique de su personaje central nos regala momentos que, rubricados una y otra vez por esa risa histérica que es llanto desesperado, quedan grabados en nuestra retina largo tiempo después de haber salido del cine. Momentos que incitan a seguir hablando de la cinta con aquellos que te han acompañado más de lo habitual y que, de alguna manera, no hacen sino afirmar de la grandeza de estas dos horas en la que todo parece concurrir en conseguir que no podamos calificarlas de otra forma que no sea sobresaliente.
La magnífica fotografía, la soberbia banda sonora —aislada es insoportable, en el filme subraya con genio cada instante que debe ser subrayado—, la elección de las canciones de la época, los secundarios…TODO en ‘Joker’ confluye en arropar a esa fuerza de la naturaleza que es Phoenix y en redefinir el canon de un personaje del que tanto se ha escrito en viñetas. De hecho, creo que la única apreciación que mancha el impoluto expediente que rellena la cinta es la inclusión de la enésima versión de cierto instante fundamental en la historia del vigilante de Gotham que, por conocida y trillada deberían haberse ahorrado. Salvo ese mínimo desliz, insisto en que estamos ante una de las producciones del año y, por supuesto, acaso ante la película que, viniendo del mundo de las viñetas, más riesgos ha querido correr para no poder ser comparada con nada que hayamos visto antes en el ya vasto universo del cómic en cine.
Ah, una última cosa: no, la cinta NO incita a la violencia. Dejemos esos discursos alarmistas y carentes de sentido para aquellos que buscan justificar mediante un vehículo de ficción las evidencias que no son capaces de encontrar, bien en las leyes que regulan la tenencia de armas en su país bien en otras disfunciones sociales profundas como esos «incel» a los que la cinta parece dar pávulos y disfrutemos, como hay que hacerlo —ya sabéis, teniendo claro que esto es ficción y sólo ficción, nada más— de este extraordinario producto cinematográfico.