12 años han pasado desde aquél mes de Septiembre de 2002 en que servidor acudió a una de las salas del Odeon de Portsmouth —avatares de la vida e historia para otro día— a ver de qué diantres iba aquella nueva propuesta de Universal de cine de acción que, protagonizada por Matt Damon y dirigida por Doug Liman, se suponía que adaptaba unas muy conocidas series de novelas de Robert Ludlum. Y aunque mi nivel de inglés no era el de hoy y algo me perdí, no fue ésto lo suficiente para no poder valorar en su más que justa medida a una cinta trepidante que servía tanto para presentar a un personaje espléndido inserto en un microcosmos que podría y llegaría a dar mucho más de sí como, por qué no, para que John Powell comenzara a explorar dicho universo con una composición que, sólida, no haría sino ir en aumento conforme la franquicia comenzara a expandirse en 2004 con la segunda de las cinco películas que, incluida la que hoy nos ocupa, nos han llegado hasta la fecha.
Dejando de lado el traspiés que la saga de Bourne dio con esa desafortunada decisión que fue la puesta en pie por parte de la productora y Tony Gilroy de ‘El legado de Bourne’ (‘The Bourne Legacy’, 2012), lo cierto es que asomarse a la franquicia, sobre todo en esas segunda y tercera parte que comandó Paul Greengrass, es hacerlo a unas cintas que se cuentan no sólo como lo mejor que el cine de acción ha sabido ofrecer desde comienzos de este siglo, sino como las directas responsables de que James Bond discurriera por derroteros bien diferentes a los que le habíamos visto históricamente antes de que el personaje recayera en el rostro de Daniel Craig.
Midiendo sus méritos por lo que ofrecen desde un punto de vista cinematográfico y no por la posible influencia ejercida en que las mentes pensantes detrás de la franquicia más longeva de la historia del cine decidieran que ya era hora de un cambio en las anquilosadas estructuras que movían las aventuras de 007, lo que Paul Greengrass desarrolla en ‘El mito de Bourne’ (‘The Bourne Supremacy’, 2004) y en ‘El ultimatum de Bourne’ (‘The Bourne Ultimatum’, 2007) es de un talante que se mueve entre lo espectacular y lo soberbio, y por más que sus detractores le achaquen constantemente un muy evidente nerviosismo a la hora de sostener la cámara, soy de los que opinan que el músculo del cineasta británico conoce pocos iguales a la hora de aproximarse a la narración de una secuencia de acción en la que la adrenalina esté a flor de piel.
Ejemplos como la secuencia de Goa al comienzo de la segunda parte, aquella en la que Bourne se mueve por los tejados de Berlín al compás de uno de los mejores temas que jamás haya escrito Powell, la persecución por las calles de Moscú que pone clímax a la misma entrega, aquella que abre en Tanger la tercera o la que discurre en las calles de Nueva York hacia el final de ésta son más que suficientes para hacerse una idea precisa del talento, el nervio y la personalidad de un cineasta que vuelve a la saga que le valió gran parte de su nombre para arriesgar poco en términos de historia —el guión viene firmado por él y un Christopher Rouse, editor de todas sus películas desde ‘El mito de Bourne’— pero mantenerse en plena forma en lo que al terreno visual se refiere.
‘Jason Bourne’, un «soft-reboot» de manual
Nueve años después de que Bourne pareciera librarse por fin de los demonios que lo acosaban al descubrir lo que pensábamos era toda la verdad detrás del proyecto Treadstone que lo había reclutado y convertido en una máquina de matar letal, Greengrass y Rouse insisten en repetir esquemas e ideas para una cinta que sirve como cierre para lo anterior y reinicio en toda regla de la franquicia. El problema —no muy grave, pero problema a fin de cuentas— es que en lo que concierne al cierre, ninguno de los dos guionistas parece querer arriesgar, y toman prestadas las ideas clave con respecto a las que orbitaban en cierto modo las tres primeras películas para remozarlas de forma somera y ofrecer un relato que, seamos francos, se ve venir a la legua.
Como quiera que el filme de Tony Gilroy se apartó de dicho esquema y no funcionó —amén de resultar un tedio de dos pares de narices— la ausencia de riesgo por parte de los cineastas y de la Universal es más que comprensible si lo que pretenden es inyectar nueva vida en la saga y, quién sabe, sacarse de la manga un par de producciones más que cierren una segunda trilogía. De ser así, las fichas sí que quedan perfectamente colocadas para que el personaje encarnado con la misma efectividad de siempre por Damon vuelva a la carga en un par de años libre ya ¿por fin y de forma definitiva? del lastre del pasado y capaz de enfrentarse con la determinación que le caracteriza a la amenaza que supone su nueva némesis.
Sin revelar quién es y alabando el trabajo que realizan tanto Tommy Lee Jones como Alicia Vikander, es en la acción y en la forma de rodar de Greengrass donde ‘Jason Bourne’ demuestra que el director se mantiene en plena forma, algo que tanto la set-piece de Atenas —IMPRESIONANTE— como la de Las Vegas ponen de manifiesto con argumentos contundentes. De acuerdo, la cinta es formulaica —pero es una cualidad que no molesta— y, al establecerse bajo dicho calificativo rehuye, como comentaba, del riesgo de plantear esquemas novedosos; pero eso no quita para que, al menos en lo que a este redactor concierne, deje con ganas de más, de volver a revisar las componentes de la trilogía «original» y de que Universal encuentre en taquilla el respaldo suficiente como para que de aquí a dos o tres años volvamos a tener a Matt Damon repartiendo estopa y a Moby con su ‘Extreme Ways’ cerrando una vez más una función impecable.