‘Hijos de los hombres’ es, sencillamente, mi película favorita de lo que llevamos de década en el género de ciencia ficción. O, diciendo lo mismo pero de manera más grandilocuente, la mejor película de ci-fi de este milenio. Es una distopía apocalíptica como pocas, pero esta narrada desde una perspectiva casi intimista, así que parece más real.
Basada en la novela de P.D. James, la película de Alfonso Cuarón golpea una y otra vez al espectador. Lo hace como los buenos boxeadores: castigándonos poco a poco hasta que, de vez en cuando, suelta un mazazo con el que nos deja temblando para, finalmente, obligarnos a rendirnos a ella.
En 2027, con sólo 18 años, muere la persona más joven del planeta. Desde hace mucho tiempo, han dejado de nacer bebés, las mujeres no pueden procrear y el mundo está abocado a la extinción. Pero será la peor extinción posible: dándonos cuenta de que nos desvanecemos, perdiendo toda esperanza.
‘Hijos de los hombres’ cuenta, precisamente, la vida en un mundo enloquecido por la falta de esperanza. Sin ella, no hay posibilidad de que el hombre no se comporte como el lobo que dicen que es. Por eso, además de enloquecido, la tierra que retrata Alfonso Cuarón es también opresiva, policial, brutal.
No hay en ‘Hijos de los Hombres’ ni un sólo momento exagerado. Podría, porque el tema daría para llegar hasta casi la autoparodia, pero Cuarón elige el verismo. Las calles de las ciudades son como las nuestras, las personas son iguales a nosotros. Puede que se sitúe 20 años en el futuro, pero ‘Hijos de los hombres’ prefiere no reinventar nuestro mundo. Eso y unos personajes perfectos (con un gran Clive Owen como Theodore Faron) impregnan de realidad mundana esta distopía que en manos de otros podría ser casi increíble.
Pero, además de la ambientación, hay otro gran éxito en ‘Hijos de los hombres’: la manera en qué se planificó y se rodó. El uso del plano-secuencia es, sencillamente, magistral. Cuarón apuesta por el más difícil todavía, pero no convierte esa elección en un ejercicio de exhibicionismo: no parece gritar “mirad qué bien ruedo”, sino que para el espectador no hay otra forma posible de rodar escenas como esa en la que nos mete de lleno en una ciudad que se destruye, precisamente, porque no tiene esperanza.
Éste es uno de los grandes momentos no del film, sino del cine de los últimos años, una gozada visual en la que el espectador, sin embargo, no se deleita con lo técnico, sino que es arrollado por la historia. Cine en estado puro: diversión y técnica, arte consciente de sí mismo y emoción.
‘Hijos de los hombres’ es aún mejor porque es fácil adivinar que, en otras manos, hubiera sido la típica película horrible hollywoodiense. Sin embargo, tal vez por ser una producción británica de director mexicano, el film consigue huir de todas las trampas del cine de acción y ciencia ficción de nuestros días. Es, lo voy a decir sólo una vez más, una obra maestra.
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